Una costumbrista comedia madrileña, simpática y amable, plena de humanidad que refleja el Madrid urbano de los años cincuenta, totalmente inocua en el ámbito político. El cineasta catalán Ignacio F. Iquino procedente de Barcelona, había recalado por esos años en la capital de España dirigiendo un puñado de films. Una ingenua comedia que se vertebra alrededor del mundo del taxi, unas cuantas historias personales y experiencias que tienen como nexo de unión a los taxistas, unos taxistas muy especiales por su capacidad de transmitir humanidad y solidaridad con sus pasajeros. Nada menos que cinco actores que eran lo mejor de la comedia española en ese momento: El rudo y desgarbado Fernando F. Gómez, el entrañable Pepe Isbert, el castizo Tony Leblanc, el atolondrado Jose Luis Ozores y el inefable Manolo Morán, todo un repóquer de ases.

Las actrices tampoco se quedan rezagadas, Julita Martínez, María Martín, Trini Montero y Diana Maggi, todas ellas cumplen perfectamente. Las historias que son relatadas por sus propios taxistas alrededor de una mesa en el café de reunión, rezuman alegría por la vida, personas abnegadas, sencillas y honestas que aman su profesión, que pese a sus nervios y problemas siempre sirven ayudando a los demás. Son peripecias cotidianas, jocosas algunas, otras tiernas y dramáticas, cuando no sentimentales con los que el espectador siente una total empatía. Una comedia blanca e impoluta que a nadie puede molestar y en cambio puede hacernos pasar un rato agradable.
Continúa en spoiler.