'Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres' Juan 8:32. No voy a entrar en una peliaguda discusión en torno al concepto de la verdad. Lo que cuenta es que “vivir en la verdad” termina siendo un planteamiento ético de alta envergadura no apto para cualquier mortal de esos que andamos dando tumbos por la vida y sus accidentes. Por ahí leí que la responsabilidad está asociado a la libertad, y que decidir: bien o mal, depende exclusivamente de nosotros, y a la larga, acarreamos las consecuencias de esto. La película “La deuda” más allá de la cacería de un jerarca nazi, siempre bajo el signo de la venganza reparadora, es más que todo el conflicto ético entre lo moralmente correcto o la mentira encubridora que pragmáticamente nos salva o absuelve de una culpa que nadie quiere cargar. Más allá de la historia de amor no correspondido, más allá de lo penoso que es recordar un acto genocida llevado a cabo de una manera planificada, lo que resalta e impresiona, a mi particularmente como espectador, es el acto de redención tardío. El ajuste de cuentas final que termina por redescubrir una mentira oculta, y lo que es peor, manipulada sin ningún tipo de pudor y decoro, bajo el chantaje de la propia salvación personal y social. La integridad de David es conmovedora y apabullante, tanto en lo que respecta a sus sentimientos como convicciones políticas, es el único que acepta vivir en un infierno estando consciente de ello y procurando reparar los desvíos y las atroces consecuencias de la fallida misión. Tiene a su disposición la posibilidad de liberar un secreto que le produce oprobio, aunque por amor y lealtad se vea imposibilitado, es prisionero de sus ideales, en un sentido, diríamos que sobrehumano. Vive la tragedia de una vida de espejismos y desdichas aunque sin renunciar a su integridad. Fracasando en todo, termina triunfando en todo. Su sacrificio es consecuente con sus ideales y termina por representar el triunfo de la justicia y la dignidad en un mundo de oportunistas, hipócritas, egoístas y falsos. Lo increíble de todo esto es que David termina siendo un personaje secundario dentro de ésta tragedia “griega”, mientras que es el personaje de Helen Mirren, de paso, tremenda actriz, la que cataliza todas las contradicciones que se van produciendo. Es la mirada femenina, al principio cómplice y confundida, la que termina por tomar partido, y reparar, si así de pudiera decir, los extravíos de una vida en la mentira, y con ello, alcanzar una especie de paz y liberación.