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Voto de Vivoleyendo:
8
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19.983
Serie de TV. Intriga. Thriller
Miniserie de TV (2010). 8 episodios. Adaptación de la famosa novela de Ken Follett. En la Edad Media, en una fascinante época de reyes, damas, caballeros, luchas feudales, castillos y ciudades amuralladas, el amor y la muerte se entrecruzan vibrantemente en este tapiz cuyo centro es la construcción de una catedral gótica. (FILMAFFINITY)
8 de noviembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visitado dos veces la catedral de León. No soy creyente, soy una típica urbanita del siglo veintiuno que ha escuchado, leído y observado lo bastante para hacerse a la idea de que todo es relativo, incluso el concepto de Dios. No he poseído jamás esa fe hacia misterios divinos que están lejos de mi alcance.
Pero puedo comprender, contemplando una maravilla como la catedral de León con estupor rayano en veneración, por qué hace siglos mucha gente poseía esa fe que no tengo yo.
No hay más que entrar en ese prodigio arquitectónico. Lo primero que envuelve al visitante es la calidad aterciopelada, casi sobrenatural, de una luz que parece renegar de este mundo prosaico para elevarse hacia unas alturas en las que los rayos del sol son más puros. Las espectaculares vidrieras, mimosamente conservadas, de los inmensos ventanales ojivales, son tan ricas en los juegos y combinaciones del color que la vista se queda prendida con placer. La hermosísima luz es un remanso de paz para el espíritu de los descreídos que, como yo, se dejan acunar por ella. Pude comprender como observadora directa por qué se la compara con la antesala del cielo. Por qué se teoriza acerca de la búsqueda, en la Baja Edad Media, de Dios a través de un espíritu que deseaba volar hacia las nubes, como un pájaro, enardecido por un resplandor celestial. Acabada la era románica y de las iglesias tenebrosas, se aspiraba cada vez más a rendir culto a Dios algo menos por el temor y más por cierto deleite de los sentidos, que equivale a un espíritu más complacido. Dios ya soltaba su aspecto extremadamente severo y punitivo, y se tornaba más compasivo e indulgente con las debilidades de sus criaturas. Los templos ya no inspiraban pavor y pesadez, sino ligereza. Se tendía a levantar muros, torres y pilares muy elevados y de apariencia grácil, y ventanales tan grandes como para iluminar todo el espacio interior con profusión. Los arcos ojivales, las bóvedas de crucería y los arbotantes fueron adquisiciones revolucionarias que dieron la impresión de que los miles y miles de toneladas de piedra de una catedral podían alzarse para tocar el profundo azul de arriba y estrechar la mano del Creador.
Y hoy día siguen ofreciendo esa impresión. Ha llovido incontables veces sobre ellas, la intemperie las ha atacado sin piedad, se han hundido imperios y han surgido nuevas civilizaciones a su alrededor, han visto cambiar el pensamiento y el modo de vida de la gente. Y hoy día, una agnóstica como yo entra en la catedral de León, o en otras también soberbias, y casi puede oír el susurro atemporal de las piedras y del vidrio, y volar hacia las claves de bóveda, o hacia la cúpula más alta, o hacia la galería del triforio, y notar un chispazo, un atisbo de la gloria que ese edificio conoció en sus mejores momentos.
Pero puedo comprender, contemplando una maravilla como la catedral de León con estupor rayano en veneración, por qué hace siglos mucha gente poseía esa fe que no tengo yo.
No hay más que entrar en ese prodigio arquitectónico. Lo primero que envuelve al visitante es la calidad aterciopelada, casi sobrenatural, de una luz que parece renegar de este mundo prosaico para elevarse hacia unas alturas en las que los rayos del sol son más puros. Las espectaculares vidrieras, mimosamente conservadas, de los inmensos ventanales ojivales, son tan ricas en los juegos y combinaciones del color que la vista se queda prendida con placer. La hermosísima luz es un remanso de paz para el espíritu de los descreídos que, como yo, se dejan acunar por ella. Pude comprender como observadora directa por qué se la compara con la antesala del cielo. Por qué se teoriza acerca de la búsqueda, en la Baja Edad Media, de Dios a través de un espíritu que deseaba volar hacia las nubes, como un pájaro, enardecido por un resplandor celestial. Acabada la era románica y de las iglesias tenebrosas, se aspiraba cada vez más a rendir culto a Dios algo menos por el temor y más por cierto deleite de los sentidos, que equivale a un espíritu más complacido. Dios ya soltaba su aspecto extremadamente severo y punitivo, y se tornaba más compasivo e indulgente con las debilidades de sus criaturas. Los templos ya no inspiraban pavor y pesadez, sino ligereza. Se tendía a levantar muros, torres y pilares muy elevados y de apariencia grácil, y ventanales tan grandes como para iluminar todo el espacio interior con profusión. Los arcos ojivales, las bóvedas de crucería y los arbotantes fueron adquisiciones revolucionarias que dieron la impresión de que los miles y miles de toneladas de piedra de una catedral podían alzarse para tocar el profundo azul de arriba y estrechar la mano del Creador.
Y hoy día siguen ofreciendo esa impresión. Ha llovido incontables veces sobre ellas, la intemperie las ha atacado sin piedad, se han hundido imperios y han surgido nuevas civilizaciones a su alrededor, han visto cambiar el pensamiento y el modo de vida de la gente. Y hoy día, una agnóstica como yo entra en la catedral de León, o en otras también soberbias, y casi puede oír el susurro atemporal de las piedras y del vidrio, y volar hacia las claves de bóveda, o hacia la cúpula más alta, o hacia la galería del triforio, y notar un chispazo, un atisbo de la gloria que ese edificio conoció en sus mejores momentos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y creo que Follett, un novelista especializado en tramas de espionaje, supo acercarse muchísimo a ese atisbo de gloria en su novela más lograda, que no era de espías, sino una apasionante epopeya medieval, que cuenta con esta notable adaptación televisiva, sobre la construcción de una catedral gótica y toda la urdimbre de poder, ambición, fe, espiritualidad, crueldad, amor, amistad, solidaridad y coraje que se esculpió en cada piedra tan duramente trabajada. Muestra de la capacidad humana para lo mejor y para lo peor.
Alrededor de las catedrales ha habido, y seguirá habiendo, personas que se aman, que se odian, que maquinan y que intrigan, que se unen para mejorar el mundo y para destrozar a sus semejantes. Han conocido y conocerán la sangre, pero también las flores más bonitas que nacen entre las junturas.
Fueron edificadas para durar eternamente. Desafortunadamente, al estar hechas de polvo terminarán por fenecer, pero tal vez el impulso que las creó perdure tanto como la Humanidad.
La catedral de Kingsbridge está viva. Porque guarda la historia de los que cincelaron sus firmas invisibles sobre la superficie de las piedras.
Alrededor de las catedrales ha habido, y seguirá habiendo, personas que se aman, que se odian, que maquinan y que intrigan, que se unen para mejorar el mundo y para destrozar a sus semejantes. Han conocido y conocerán la sangre, pero también las flores más bonitas que nacen entre las junturas.
Fueron edificadas para durar eternamente. Desafortunadamente, al estar hechas de polvo terminarán por fenecer, pero tal vez el impulso que las creó perdure tanto como la Humanidad.
La catedral de Kingsbridge está viva. Porque guarda la historia de los que cincelaron sus firmas invisibles sobre la superficie de las piedras.