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Voto de Vivoleyendo:
7
Drama Después de haber vivido varios años en Alemania, Alina se reúne con una amiga en un aislado convento ortodoxo rumano. Su amistad se remonta a la época en que, siendo niñas, se conocieron en un orfanato. Alina pretende que su amiga vuelva con ella a Alemania, pero ésta se niega porque no sólo ha encontrado refugio en la fe, sino que las monjas constituyen su familia. (FILMAFFINITY)
14 de diciembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cristian Mungiu es de contar historias muy duras. En Rumanía lo del sueño americano no se estila. Está todo lo lejos de Hollywood que se pueda estar. Advierto a quien no lo conozca: es muy sobrio rodando. Le va la grabación pseudo-documental, con cámara al hombro. No emplea un dineral en efectos especiales, pero hay que alabarle su delicado tratamiento del sonido. Los matices de las voces originales, los sonidos cotidianos, las pisadas en la nieve. No sé por qué me encanta oír todas esas cosas minúsculas a las que a menudo ni prestamos atención. Esa es toda la banda sonora que suele incluir. Y narra testimonios estremecedores, basados en la vida real.
Y es que en Rumanía, como en tantos lugares, al cine le cuesta ser una fábrica de sueños, viviendo un profundo drama social en cada esquina. Mucha pobreza, emigración masiva tras la caída del comunismo. El país intenta levantarse como puede. Nada más fuera de lugar que películas de cuentos de hadas en los que incluso a muchos niños les costará creer, porque crecer en las calles te quita pronto las ganas de soñar.
Y Mungiu retrata esa Rumanía herida, convulsa, emigrante.
Ahora ha dirigido la mirada a los orfanatos, a la iglesia ortodoxa y al sistema sanitario. Una mirada inclementemente acusatoria de cómo las personas que sufren de abandono crónico son como pelotas zarandeadas de un lado a otro en un Estado que no sabe bien cómo hacerse cargo de ellas. Los orfanatos no son ningún idílico jardín de infancia. Se hace alusión al bullying brutal al que están expuestos los niños huérfanos, el acoso constante, los abusos físicos y sexuales tanto por parte de sus mismos compañeros, como de adultos sádicos y pederastas que se encuentran en su entorno cercano. Muchos de los que consiguen llegar a mayores, llevan tal carga de heridas (la mayoría invisibles) que nada se las puede borrar.
Una de esas chicas se llamaba Kitza en los libros de la escritora Tatiana Niculescu, y Voichita en el drama de Mungiu. Otra era Irina en el primer formato, y Alina en el segundo.
Ambas crecieron juntas en un orfanato, y en el presente Voichita ha profesado como religiosa en un convento ortodoxo. Alina ha estado trabajando en Alemania y ha regresado para visitar a su amiga. Cuando se reencuentran en la estación y los recuerdos bombardean, empezará para las chicas una etapa de ruptura total del precario equilibrio que habían conseguido establecer en sus vidas. Voichita por fin era feliz, en el seno de Dios. Alina, llena de rabia interior que ha controlado a duras penas durante los años de emigración, absorbida por el trabajo, quiere ahora recobrar la felicidad que sólo conoció en el pasado junto a Voichita. Pero descubre que todo ha cambiado...
El mayor inconveniente es el exceso de metraje, pero el director rumano ha vuelto a ponernos enfrente un punto candente. Nos equivoquemos en nombre de Dios, en nombre de la ciencia, en nombre de la burocracia o en nombre de lo que sea, alguien pagará por el error.
Y, como pasa siempre: cuando lo que está averiado es el espíritu, es muy difícil arreglarlo.
Nadie en el cielo ni en la tierra nos va a dar las respuestas, y seremos como niños inexpertos jugando a ser Dios.
Vivoleyendo
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