Los cuentos de hadas son inmortales, y no importa si nos los han contado mil veces. Tienen una magia que traspasa su propia fantasía, que los hace inmunes al tiempo y que hechiza los oídos de quienes los escuchan. Por eso, su embriagada audiencia siempre querrá más, pedirá volver a vivir la misma historia una y otra vez.
Esa es la evidencia de que la magia a lo mejor no es un mero invento.
Rob Reiner, con el guión de William Goldman, quien se basó en su propio libro, engrosó con gran fortuna la lista de películas de los ochenta que tanto ensalzaron la aventura, la épica, la persecución del bien y el triunfo del amor verdadero. Y lo hizo con una fórmula imperecedera, una fórmula que supo aplicar con gran acierto y que otros muchos emplearon también: la de los cuentos.
Como tal, "La princesa prometida" es una simpática y romántica fantasía medieval cuyo elemento clave es su guión, dotado de esmerados e ingeniosos diálogos y de un sentido del humor que es de lo mejor que se pueda encontrar en una película de estas características. Refinadamente irónica, y a ratos verdaderamente divertida sin recurrir jamás a un humor zafio, desarrolla una historia tradicional de grandes amores que pasan por separaciones y penalidades, una princesa desgraciada, un príncipe maquiavélico, una venganza, un pirata legendario, combates de esgrima, pruebas de ingenio y de fuerza, castillos, escaramuzas para conquistar el país vecino, mercenarios de mal o de buen corazón, un curandero con capacidad para realizar milagros...
Bienvenidos a la infancia.