Este tipo de cine social que apuesta por un guión de acción e intriga muy entretenido, atrayente y retorcido (quizás demasiado pasado de vueltas en algunos momentos) tiene varias ventajas muy positivas: ilustra mucho acerca de la delincuencia callejera, sobre los trucos y estratagemas que utilizan los ladronzuelos y estafadores de poca monta para hurtar, sin hacer uso de la violencia, dinero y objetos de valor. La capacidad para teatralizar y engañar, las agallas, la cara dura, la imaginación, la rapidez mental y la habilidad manual son los requisitos que necesita un timador de las calles para salir airoso. Y, desde luego, esa escurridiza agilidad para eludir a la policía.
El timador ha de mostrar un aspecto normal y presentable, como el de cualquier viandante honrado, para no hacer sospechar a sus incautas víctimas. A ser posible, actuará con la ayuda de un socio, porque entre dos las posibilidades se diversifican mucho más. Se harán pasar por amables y caballerosos individuos. E inventarán cualquier historia creíble y espontánea que se gane las simpatías de quien va a ser objeto del timo.
Una regla de oro: nunca se fiarán ni de su sombra. Al menor descuido, el estafador puede convertirse en estafado, porque se mueve en un ambiente donde abundan los pícaros, y ahí el que pestañea pierde.
Y el gran sueño: encontrar la oportunidad de cometer un timo a gran escala, con el que conseguir mucho más que unos pocos billetes para ir tirando. Una estafa a lo grande.
Absorbente drama-comedia sobre esos estratos de los márgenes de la sociedad que no se ganan la vida honradamente, sino ideando formas para burlar a la gente y sacarles los cuartos.