Todas las mañanas la emitían en la Sexta e inevitablemente, en los días de vacaciones, una se quedaba colgada de la tele. La familiar sensación de escalofrío recorría la espalda; no se trataba de una serie de ficción, todos esos casos de asesinatos resueltos gracias a la obstinada intervención la policía científica son verídicos, y no se trata de unos pocos. Son decenas y decenas, tal vez varios cientos, y sólo se trata de la punta del iceberg, porque no incluyen los que nunca se resolvieron. Y eso sólo en los Estados Unidos. No estamos hablando de un continente, sino de un país, un único país donde se cometen miles de crímenes al año.
La rigurosa reconstrucción de los hechos sumada a los testimonios de agentes, investigadores, médicos, psicólogos y parientes y amigos de los fallecidos, sumada al suspense, la convertían en una contundente denuncia contra el crimen y también en una forma de advertir a la población de todas partes y prevenirla contra los asesinos que pueden estar en cualquier esquina esperando a una víctima. Sin duda aquella serie nos volvía más precavidos, nos hacía ver los peligros latentes, nos susurraba medidas de precaución. No era una serie que se ve sin más para pasar el tiempo, nos recordaba que todos debemos tener mucho cuidado, que no hay que confiarse.
Otros la criticarán por inducir al morbo y por exponer tan detalladamente múltiples métodos de asesinato. Esta es la sociedad de la sobreinformación, no hay prácticamente nada que no se pueda encontrar en Internet. Pero yo soy de los que la alaban por su valentía, por su compromiso con la sociedad, por no dejar silenciadas las brutales muertes de miles de inocentes cuyas vidas han sido arrancadas de golpe por la barbarie humana, y que hablan desde la tumba para quienes saben escuchar, guiando hacia las pistas que conducen a la resolución del misterio de cómo y por qué a esas personas se les arrebató todo lo que tenían.