Y no podía faltar el remake estadounidense. Siempre que una película ha sido afortunada en alguna característica (siendo la prioritaria el tirón para la taquilla, imagino), han llegado sus primas hermanas, por lo general casi calcadas, cambiando solamente los actores y las localizaciones, pero empleando el mismo argumento, en alguna ocasión repetido casi palabra por palabra. No me parece mal que se haga; si un director quiere homenajear de ese modo una obra admirada, o si una productora va a la caza de los dólares intentando repetir la fórmula que encumbró de algún modo a la película matriz, pues tampoco me parece tan malo. Siempre y cuando la “copia” se haga con gracia y con un mínimo de calidad y/o arte, o que por lo menos conserve algo del “cachet” del original, o sepa imprimir el suyo propio, no veo censurable el hecho de hacer remakes.
Y el hecho de que la industria estadounidense, la más solvente que existe, se digne hacer copias a la americana de producciones europeas como la presente, ya es un signo de que no sólo se miran su propio ombligo, y que a veces también reconocen el éxito y/o la calidad donde los haya.
En esta ocasión, la comedia francesa imitada no es gran cosa, pero tiene ese algo que debió de despertar en la industria más potente el deseo de emulación.
Los tres solteros incorregibles y ligones que se convierten en padres de una pequeña eran lo bastante simpáticos y entrañables para merecer una segunda versión. Y, aunque la chispilla de la primera aquí se esfumara, sí puede dar para dedicarle un distendido rato en una tarde de domingo.