Resulta difícil pensar que se pueda hacer un film de animación con Lupin III y Detective Conan y que el resultado sea aburrido. Sin embargo, esta secuela lo logra a pasos agigantados, salvando un atractivo opening, justo el anzuelo que nos lleva a pensar, en vano, que vamos a ver un pulso entre el ladrón de guante blanco y el sagaz detective.

Ambos protagonistas viven alejados el uno del otro con sus propios asuntos, sin que parezca interesarles demasiado lo que haga el otro. Posteriormente, un Deus ex machina lo arreglará todo y se intentará, en vano, que pensemos que todo fue fríamente calculado, como diría el Chapulín Colorado.

Se adereza todo con la figura de un cantante de modo que realmente pasa sin pena ni gloria por el asunto, casi contagiado del espíritu de facturación de encargo que tiene este reencuentro de los dos rivales. Mouri, el más simpático de largo todo el metraje, apenas sale, confirmando la impresión de que no estuvo el asunto muy bien montado.

Mucha luminosidad para que Conan resuelve entuertos más al estilo Spiderman que con la deducción. Lo peor que puede decirse de una empresa de este tipo es que se hace muy larga.