Una buena película es aquélla que "te llega", que te conecta empáticamente con sus personajes, te permite comprender qué les sucede y te inmiscuye en la trama.

¿Cómo hacer que el espectador sienta lo que el personaje de una película está experimentando?
Dejando de lado la interpretación del actor que lo encarne, se puede jugar con la música, la luz, el ritmo... ¿Y por qué no hacerlo directamente forzándonos a compartir su percepción de la realidad?

En casos tan extremos como el de la discapacidad neuronal que sufre el prota de Memento, se puede hacer a través de un hábil montaje.

Es imposible ver esta película por primera vez y no sentirte desorientado en algún momento, notar que se te escapa algo. Y eso es precisamente lo que se busca, hacerte partícipe de la angustiosa búsqueda de la verdad que emprende el rubito-de-bote de la memoria de 15 min., con sus limitaciones en cuanto a la creación de nuevos recuerdos.