Con poca pasta y, seguramente, mal repartida (entre Kennedy y el alquiler del petrolero debió irse la mayor parte), Alvin Rakoff se propone a realizar lo que debería ser una obra magna. Para su realización de manera decente, o te inventas una manera de contar el choque entre los barcos sin necesidad de enseñarlo, o te dejas una millonada en efectos especiales. En 1980, con mucha pasta se podría pero sin ella... la única solución era caer bajo, como hizo Alvin Rakoff. Quien quiera saberlo tendrá que verla.

Luego, hubiera sido recomendable que hubieran dedicado más minutos de metraje a la presentación de los personajes. Sólo hay tiempo para ver a los que se salvan y nada más. Esta burda presentación, me ofendió. Para hacer esto, hubiera sido mejor empezar directamente en la "balsa" de salvamento y que alguien narrara lo anterior. O simplemente, que fuera metido por "flashbacks". Estaba claro que lo importante para el guionista era que la parte del barco fantasma, y no se quisieron entretener. Me gusta que se vaya al grano, pero con algo de elegancia.

Con este terrible comienzo, es de entender que el ánimo de uno se hubiera apagado, pero no perdí la esperanza.

El resto del metraje de desarrolló entre momento sublimes y otro patéticos. Momentos de gran imaginación con otros mil veces vistos. Aunque la música sintetizada acaba cansando, cumple su labor con dignidad. La historia es atropellada, y el final previsible.

Tampoco me gustó el uso de un barco nazi para crear la leyenda. Me parece bastante simple y facilón este recurso, pero bueno... tampoco hay que ser quisquillosos.

Para el que esté leyendo la crítica, creerá que me falta coherencia entre la nota y la reseña que he escrito. Puede ser que no se merezca más de un 2 pero cuando uno ama el género suceden cosas así. Además, tiene momentos muy buenos, que dan muy mal rollo. Está bien rodada, aunque el montaje sea pésimo.

Decepcionante. Sólo recomendable para los muy amantes del terror. Y sí, sólo por esa carátula se merece más de un 3. Al verla, vuelven a mí cabeza todos esos paseos por la sección de miedo del viejo videoclub al que iba. Mucho antes de que existieran expendedoras automáticas, y mucho antes de que se inventara el DVD.

Ahí va mi crítica nostálgica de la semana.