Haz click aquí para copiar la URL
España España · Madrid
Voto de Servadac:
8
Drama En un pueblo campesino no muy lejos de Tokio, Akaza y su esposa Riki se preocupan por el porvenir de sus hijos. Inokichi, el primogénito, es vago y pendenciero. De las dos hermanas, la mayor, Mon, está en Tokio, y a la menor, San, intentan casarla con un comerciante local. Mon aparece un día anunciando que está embarazada. Inokichi, encolerizado, pelea con su hermana, a pesar de que ambos se llevaban muy bien durante la infancia. (FILMAFFINITY) [+]
16 de noviembre de 2021
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya desde los títulos de crédito se advierte la dialéctica entre la dureza de la piedra y el discurrir del agua. Pienso que en ese diálogo elemental y simbólico queda cifrada la historia de esta cinta.

El primer encuentro entre Inokichi y Mon es un prodigio del hurto en el mirar. La aspereza del hermano contrasta con la aparente finura de la hermana. Los personajes masculinos admiten apenas dos registros: la violencia amarga (padre e hijo) y la amargura cobarde (Kobata y el novio de San, la hija menor). Los tres caracteres femeninos (madre e hijas) llevan el peso de la vida y de la trama. La fuerza interior, en Naruse, es patrimonio de mujer.

Aunque la actriz Hideko Takamine, verdadera musa del director nipón –presente nada menos que en diecisiete de sus filmes–, no forma parte del reparto de ‘Hermano y hermana’, Machiko Kyô (Mon) raya con su actuación a gran altura; no en vano es la protagonista de cumbres como ‘Rashomon’ o ‘Cuentos de la luna pálida’.

En contraposición a las marcadas y expresivas diagonales de Kenji Mizoguchi y a la frontalidad excelsa de Yasuhiro Ozu, Mikio Naruse ofrece discretas composiciones transversales.

Quizás sea Akira Kurosawa, asistente de Naruse en ‘Avalancha’ (1937), quien mejor haya descrito el quid de su talento: “su método consistía en realizar planos muy cortos sobre la base del plano precedente; vistos en la película acabada, producen la impresión de formar una única toma de notable longitud. El montaje fluye de tal manera que los empalmes diríanse invisibles. Ese flujo de breves planos que, a primera vista, parecen pausados y ordinarios, se revela finalmente como un río profundo de apacible superficie, que oculta en sus honduras una corriente impetuosa.” El ritmo resultante es de una rara perfección.

El caos de los sentimientos –añade Jean Narboni– hace vibrar el relato sin alterar la uniformidad de su curso.

La profusión de paseos, en solitario o por parejas, es sello distintivo en su filmografía, con el uso mesurado del travelling y el plano fijo componiendo una caligrafía poética y sutil. El movimiento ternario marcha-pausa-marcha dota a esos paseos de una cadencia inconfundible.

La cinta muestra el tránsito que va desde la piedra de cantera hasta la losa funeraria, captando en su fluir lo cotidiano: comer, andar, beber. Las elipsis temporales son de una elegancia magistral, que pasa casi inadvertida. Tokio, tan lejos y tan cerca, es a la vez promesa y estertor. El melodrama queda envuelto en un hermoso retrato de los trabajos y los días. La secuencia de la primera noche del O-Bon, en que se depositan en el río las lámparas para guiar a los espíritus de los difuntos, es de una belleza serena y sobrecogedora. El texto y el contexto alientan juntos.

Lo natural es fruto de una serie de planos anodinos. Igual que un dios menor benevolente, Mikio Naruse cuida a cada uno de sus personajes. Despliega en ellos su mirada compasiva.

Hayashi Fumiko, escritora de la que adaptó seis novelas, nos da la clave de su estilo: “amar a ultranza los actos –espléndidamente patéticos– del ser humano perdido en medio de la inmensidad.”
Servadac
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow