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España España · Madrid
Voto de Servadac:
10
Intriga. Drama La percepción de la realidad de una actriz (Laura Dern) se va distorsionando cada vez más. Al mismo tiempo descubre que, quizá, se está enamorando de su partenaire (Justin Theroux) en un remake polaco inconcluso y supuestamente maldito. (FILMAFFINITY)
12 de noviembre de 2012
64 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Advertencia: aunque considero que el concepto de spoiler carece de sentido en esta cinta, sí desvelo varias escenas o impresiones clave.]

===

Me equivoqué.

Al ver Inland Empire en el cine, pensé que era tan sólo una película notable.

He vuelto a verla –tantas veces– tras comprármela en formato digital. Qué gusto descubrir en ella un nuevo continente. David Lynch ha hecho que me sienta (salvando las distancias) como Georges Méliès en la primera proyección de los Lumière.

A Méliès, el 28 de diciembre de 1895, lo deslumbró ese nacimiento legendario: trabajadores saliendo de la fábrica, el regador regado, el tren de la Ciotat pasando por encima del espectador –una vivencia genuina de terror y cine. Sombras saltando, desde la pantalla, hacia un público despavorido.

Ahora, en 2006, un nuevo tren nos pasa por encima. Un tren con trazas de experiencia terminal. Un tren de sombras en que el miedo es emoción profunda y cinematográfica.

Inland Empire no es puzle ni teorema. Su contenido me parece inseparable de su forma. Colores, gamas y texturas, cuadros estáticos o en movimiento. No es posible ir más allá con la iluminación. Las capas de la imagen y el sonido cristalizan dando vida sinfónica a todo un territorio sensorial extraordinario.

La distorsión de encuadres, rostros, luces. La distorsión también en lo auditivo. Gritos, rugidos y conversaciones inquietantes. Cabezas borradoras y borradas. Diálogos que no llegamos a entender cuando aguzamos el oído…

Qué insuficientes las palabras para hablar de esta película. Cómo explicar la orgía de sus mil detalles, la irreverencia frente al universo de las causas cartesianas –como en un cuadro expresionista abstracto, las manchas y elementos no cuentan una historia: son la historia misma; el trazo, el gesto, el fotograma, no actúan como intermediarios; la forma misma es fondo y sensación–. La vida no respeta lo preestablecido. Y el cine ha de ser vida. ¿O no es real aquello que experimentamos en la sala?

El Dios biógrafo modela biografías. Vista desde el fin, la vida es narración, un todo en que las piezas llevan a la desaparición final de la persona. La muerte, así, es resultado de un proceso creativo. El biógrafo recoge los fragmentos e impone una estructura, perfecta y armoniosa. Somete y selecciona a posteriori. Nos quiere hacer caer en el engaño de lo narrativo, del guión. Incluso cuando desordena los fragmentos, sentimos lo ‘lineal’ de su propuesta.

“Te estás muriendo, jovencita. Eso es todo.” Nos dice llanamente David Lynch. Y se nos pone un nido de alfileres en la tráquea.

Lo que más me asombra de esta cinta tiene algo que ver con la llegada del tren a la estación de la Ciotat: la abolición de la frontera entre lo que sucede en la pantalla y el espectador. Inland Empire llega aún más lejos: suprime la distancia entre la representación y lo representado. Lo que sucede no remite a nada. “Es” en estado puro. Tan real como un dolor de muelas o la Venus del espejo. Una emoción tan pura que comprendo a quienes huyen de la sala, como en el corto del tren entrando en la estación.

Lynch disloca el tiempo y el espacio. Nos muestra la frontera, el rectángulo de luz entre los mundos –una pantalla de cine, una televisión, la frontalidad teatral de la caja escénica del salón de la familia Rabbit–. Los saltos, más que espacio-temporales son saltos emotivos. La frontera se hace física y concreta y, sin embargo, al recorrer el laberinto de la cinta, Lynch nos conduce a la otra parte del espejo. Y llegamos. Entramos en la cinta. Vemos y escuchamos. Sentimos que, en el fondo, ambos lados configuran un solo imperio tierra adentro. El hilo puede ser el cerco de un cigarro en un visillo, un cambio de tonalidad o un joven gordezuelo salido de ‘El proceso’ de Franz Kafka. El hilo puede estar en la continua confusión de identidades o en una suma de escaleras. O puede no haber hilo.

Qué importa si la chica muere o no en Sunset Boulevard. Cuando la cámara entra en cuadro, no sabemos si es testigo o asesina. La actriz se alza y ni siquiera nos sentimos aliviados. Qué más dará que todo sea una película. Qué más dará que sea una persona o sea un personaje. Nikki, Sue, Lost Girl… Mientras haya un solo ser que habite Inland Empire, el cine estará a salvo.

Al final, David Lynch permite que Nikki Sue derrote al Minotauro y logre el exorcismo. Agradecemos la liberación que inunda el desenlace, la suave melodía.

Y es que en Arte “hasta la oscuridad es luz”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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