Con “miedo” me he dispuesto a revisionar una de las películas de mi infancia, aunque para ser justos tengo más y mejor recuerdo de la novela gráfica que se hizo a raíz de la película, que me habré leído de pequeño incontables veces. Por eso decía “miedo” entre comillas porque tampoco es de esas películas que tenga en un pedestal y que me traumatizara bajarla de él, aunque si le tengo un cariño, que tras el visionado le mantengo aunque de todos modos y en general, no me suelo cegar con el factor nostalgia y no se me caen los anillos por desmontar un mito.

Una película de aventuras que la marca bastante el no verla con los ojos de un niño y el verla también no solo de adulto, sino tras la “era ESDLA” y es que las cosas similares (por no decir iguales) entre una y otra dan para varias páginas y como es normal, en la comparativa gana siempre la basada en la obra de Tolkien. La película tiene ese encanto ochentero a caballo entre la inocencia y lo cutre, resultando una obra de culto. Y cuando hablo de cutre no me refiero solo a sus efectos especiales vistos hoy en día, cosa que también forma parte de su encanto, sino a algunas secuencias, comportamientos y reacciones y en general algunos personajes. En el cómputo global e intentando juzgarla de forma objetiva, diría que queda lejos de ser una obra notable ni del cine ni del género, pero mantiene un encanto y magia especial, que sumado a que resulta muy entretenida, ofrecen un visionado agradable y recurrente.