En el Japón feudal, en una época en que la paz reinaba después de sangrientas guerras de clanes samuráis, un grupo de 10 muchachos es entrenado por un maestro samurái en un solitario valle para prepararlos en una misión muy impotante: asesinar a tres grandes señores de la guerra y evitar así el inicio de otra futura contienda. En este grupo se encuentra Azumi, una muchacha encontrada junto al cuerpo de su madre cuando era apenas una niña, que fue recogida por el maestro samurái y entrenada en las artes del asesinato y la espada.

Película sangrienta donde las haya, repleta de vistosas coreografías de lucha con katanas y con un regustillo a western que la hace merecedora de atención. Su planteamiento es muy simple, así como su inexistente guión, pero se hace disfrutable de cabo a rabo por toda la mezcla de elementos típicamente nipones que harán las delicias de los seguidores de las batallas bizarras y la estética manga, con saltos estratosféricos, poses chulescas y personajes estereotipados.

No hay sorpresas, lo único que hay que hacer es sentarse cómodamente y disfrutar del espectáculo. A pesar de que los efectos especiales no son para tirar cohetes, la acción está servida y el espíritu vengativo y de "sólo ante el peligro" que se da en los westerns alcanza aquí su expresión más exagerada en la figura de Azumi: una asesina bien entrenada que es capaz de cargarse a todo un pueblo de guerreros sin apenas ensuciarse.

Entre los personajes, Azumi es quizás la menos creíble de todos debido a su propia naturaleza de asesina con técnicas casi sobrenaturales (como prueba, sólo hay que ver la fantasmada del final). Son más destacables los personajes enemigos, y entre ellos el mercenario narcisista amante de la belleza con una rosa roja siempre en la mano.

Para ver este filme hay que despojarse de cualquier tipo de lectura subliminal y prepararse a disfrutar con lo que se ve. No tiene mucho más.