La verdad es que después de más de treinta horas de juego, lo que menos apetece es ver una remezcla bien montada sobre RDR, pero es una excusa perfecta para hablar unos párrafos de un juego fantástico.

Los videojuegos han superado al cine. No solo económicamente, donde no hay color, sino en su apartado creativo. Así como antes los marcianitos parecían una parodia de las grandes películas de ficción, hoy al cine le es casi imposible competir contra historias gigantescas.

Pero esto nunca ha sido una batalla, y RDR tiende la mano al celuloide trayendo al presente un género tan especial como el western. Piensa en cincuenta cosas que te gustaría hacer en un videojuego de vaqueros y las encontrarás en la obra de Rockstar. Está todo.

Un guión complejo y reflexivo, la capacidad de sorpresa continua (sorpresa a lo grande) y la sensación de que a lo mejor te apetece ir a aquel lugar cabalgando en tu caballo en vez de ir automáticamente reflejan la maestría de un juego que pide a gritos ser disfrutado con tranquilidad. ¿Pierde el cine? Ni por asomo. Después de John Marston, no hay alma que se resista a llevar a la tele a Eastwood, Wayne y compañía. Simbiosis en el Lejano Oeste.