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España España · Pamplona
Voto de Telefunken:
9
Drama Robert Stroud es un preso conflictivo que ha sido condenado a cumplir una pena de doce años en una celda incomunicada. Un día decide cuidar a un pájaro herido que encuentra en la ventana de su calabozo y, entonces, descubre que su verdadera vocación es el estudio de las aves. (FILMAFFINITY)
30 de noviembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Termina la película. Amargo final. (Amargo también, luego me enteraré, el hecho de que Robert Stroud nunca llegase a ver esta película) Agarro el smartphone y busco en la Wiki el artículo correspondiente. Me desanimo al conocer que, una vez más, la ficción se ha permitido ciertas licencias, (paradójico: ¿acaso la ficción no responde a ese sobrevolar la realidad?), y que Stroud pudo presentar en sus últimas décadas un carácter menos propio del Burt viejo y más propio del Burt joven (lo cual sumaría más puntos a la interpretación de Lancaster, capaz de recrear una transformación que tal vez nunca se dio en un grado tan alto). Busco y rebusco en Internet, como si quisiera que me derribasen el mito a martillazos. Una sensación: no nos gusta que nos timen. Una réplica: es solo una película, tío. Una película, sí, pero que se sumaba a una previa reclamación de amnistía. Berenjenal estético-moral al canto.

Una crítica ésta que solo puedo conducir a buen puerto deteniéndome en el ‘The End’, sin smartphones, wikis ni fuentes varias dando el coñazo. Stroud murió en 1963. ¿Por qué hurgar en sus desgracias? Descanse en paz y ya está. Vuelvo al ‘The End’, y a Burt Lancaster; a su rostro envejecido, al intento imposible de hacer entender a un espectador lo que son y lo que significan 50 años entre rejas, 40 de ellos en la pesadilla del aislamiento. La misma película que se permite un acelerón narrativo respecto al crecimiento de Burt como investigador y experto en ornitología y enfermedades (voz en off; somos testigos de 7 años de espacio narrable en 1 minuto de espacio narrado), consigue, hacia el final, aproximarnos a una vida de encierro. Burt mira a Stella a través del cristal, y en la desesperanza de su expresión se atisba la tristeza inmensa de un presente que no perdona, de un futuro asumido, de un destino cruel: jamás será libre, de ahí que querer y desear lo imposible -esa libertad- se convierta en una ficción de la que es preciso replegarse; no es que él no quiera dejar atrás los muros, sino que ha vivido demasiado para saber de qué puede tener y de qué no el lujo de anhelar. En la representación de ese destino asumido, 50 años adquieren facticidad.

Aunque realmente, el reflejo de la realidad que ‘Birdman of Alcatraz’ pretende, alcanza su objetivo cuando del sistema penal norteamericano se trata. Aquí no hay celadores sádicos ni tenebrosos, solamente una burocracia inflexible, unas estructuras foucaltianas (¿leía Frankenheimer ‘Vigilar y castigar’ por aquellas fechas?), y en último término una cultura que no tiene reparos en flagelar, pisar y destruir a sus ‘indeseables’. El alcaide sentencia: ‘[Stroud] es solo un asesino’. Para destruir a alguien sin remordimientos primero es preciso convertirlo en bestia, y de ese testimonio deshumanizador -tantas veces presenciado al escuchar a tantos norteamericanos juzgar favorablemente la pena de muerte- algo también hay aquí.
Telefunken
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