Ayer, se presentó en el Festival de Cine Íberoamericano, esta superproducción mexicana que recrea la batalla de Puebla de 1862, en la que el ejército mexicano consiguió cortar el avance de las tropas francesas hacia Ciudad de México, de forma heroica.

Rafael Lara, el director de la cinta, nos la presenta como una película que, pese a ser una superproducción, está muy por debajo de los presupuestos del cine norteamericano, sin desmerecer por ello en calidad y espectáculo. Y en lo segundo no se equivoca: “Cinco de Mayo: la batalla”, tiene momentos de mucho espectáculo, y una muy loable recreación de lo que debía ser un campo de batalla de la época.

En lo primero, este humilde espectador, no puede darle la razón al señor Lara. Pese a la estética de cámara al hombro y la fotografía de colores degradados que desde “Salvar al soldado Ryan” ha dotado al cine bélico de una autenticidad y fuerza desgarradora, la cinta mexicana hace aguas por todas partes. El guión es escaso, previsible, y en algunos momentos ridículo y telenovelesco. Los actores, en la mayoría de los casos, sobreactúan, provocando alguna que otra risa con sus reacciones desmesuradas y sus frases intensas pero vacías. Los personajes son planos y estereotípicos, y el final, mon Dieu!, recuerda de manera bochornosa a los anuncios televisivos de energías renovables...

El punto fuerte de la película, es sin lugar a dudas, la recreación de la batalla, que aunque confusa, repetitiva (y demasiado extendida en el metraje), por su crudeza y realismo, me parece sobresaliente, y me hace pensar en qué hubiese sido de “Cinco de Mayo” con una mejor dirección de actores y un guión más trabajado.