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España España · Valencia
Críticas de GonzaloAupi
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
La tortuga roja
Francia2016
7,1
9.024
Animación
10
6 de diciembre de 2016
143 de 176 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá sea por su música. O quizá por tener uno de los guiones más sencillos y fascinantes que ha dado el cine moderno. Pero, sin duda alguna y a pesar de que no lo sé con certeza si los tendré, estoy convencido de que La tortuga roja será el regalo que los amantes del cine hagamos a nuestros hijos el día de mañana aún si el futuro de Blade Runner se cumple por mucho que nos pese.

Nunca antes, a mis humildes 25 años de edad, me había sentido tan emocionalmente invadido por una película que, simplemente, te pide que te dejes llevar por ella. Es un secuestro involuntario, en el que nuestros captores nos hablan con imágenes del paso del tiempo, de la sencillez de las cosas pequeñas y del valor que tiene aquella vida que desperdiciamos en cada segundo que no miramos más allá de las orillas de nuestra propia existencia. La tortuga roja es una fábula fascinante en la que los sueños, la naturaleza y los protagonistas se unen en un baile onírico orquestado por todo aquello que un día decidió escaparse del tiempo y que nosotros apenas vemos de vez en cuando.

Con una de las animaciones más sencillas que recuerdo consigue que el corazón se desborde, emborrachado de una deliciosa melancolía que hará que más de uno en Pixar deba replantearse seriamente qué cine hacer a partir de ahora. Nadie, nunca, había realizado antes algo tan hermoso con algo tan sencillo. Y quizá he ahí una de las grandezas de la que será, con el paso del tiempo, un clásico inolvidable: una sencillez tan deliciosa que nos invita a vomitar sobre la rutina que llevamos en el día a día, pidiendo a gritos que nos dejemos atrapar por lo que nos rodea y rompamos con la cobardía de no querer ver el bosque por tener delante árboles ante nosotros.

La tortuga roja no es solo un regalo para los sentidos, es una botella lanzada al océano que no solo espera llegar a un puerto, si no que se deja abrazar por el mar que la mueve en el precioso camino que le queda por delante, besando las olas de la vida y acariciando las estrellas que la arropan por la noche. Es un náufrago que descubre en una remota isla que, quizá, la mayor de las felicidades, es conformarse con lo que uno tiene. Es un alma condenada a la soledad que encuentra quien le acompañe. Son músicos, en la arena de una playa que ya nadie recuerda, tocando música de tiempos mejores.

No es una película en sí, son 80 minutos que pueden cambiar tu vida. Y quizá tú el mundo tras haberlos visto. Y habrá quién me tache de romántico, quién crea que soy un loco. Créeme, bendita locura si es sinónimo de haber sentido esta película en lo más profundo de mi persona. Y, si en 2019 un grupo de replicantes causa el caos en la tierra, al menos podré darle a mi futuro hijo, hija o a ambos dos, algo en lo que refugiarse mientras el mundo se derrumba antes nosotros. Porque las tortugas saben volver al lugar en el que nacieron sin mapa alguno, y quizá debamos aprender mucho de ellas.
GonzaloAupi
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10
20 de julio de 2017
104 de 177 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cristopher Nolan es un nombre que no deja indiferente a nadie. Cada estreno suyo se convierte en foco de los espectadores de todo el mundo. Amado por unos, odiado por otros, el director británico consigue ser el epicentro de un continuo debate sobre si realmente es un visionario o un director corriente con ecos de grandeza.
Después de revolucionar el mundo del superhéroe con la trilogía de The Dark Knight, de renovar la arquitectura cinematográfica con Inception y de descubrirnos nuevos mundos en Interstellar cambia por completo de registro para realizar un ejercicio de escafandrismo cinematográfico en pro de sumergir al espectador en la quintaesencia de la guerra. En el núcleo del conflicto bélico.

Dunkirk nos aproxima a la operación Dinamo. Una maniobra de rescate que se llevó a cabo en 1940 para evacuar a 300.000 soldado aliados que se vieron acorralados por en la pequeña población de Dunkerke, situada en la costa norte de Francia. Desdoblándose por completo de sus anteriores trabajos, Nolan persigue en su última película introducirnos sin previo aviso en el corazón del conflicto, en las emociones traumáticas que conllevan las guerras. Dejando de lado el propio lenguaje, creyendo que la subjetividad del mismo puede corromper la propia experiencia que pretende transmitir la cinta, utiliza de la forma más inteligente posible todos los elementos que juegan una partida que realmente nadie gana. Dunkirk es una tesis sobre el horror de las bombas, sobre la incertidumbre y al arte impuesto de la supervivencia, sobre el heroísmo anónimo y el egoísmo del ser humano en momentos que la historia nos ha contado años después. Y es que la historia nos relata lo que ocurrió, pero no lo qué vivió quienes lo presenciaron y formaron parte de ello. Olvidamos el coste emocional que supuso para quién dejó de ser quién realmente era únicamente por poder conservar su vida.

Acompañada por una de las mejores partituras que ha firmado Hans Zimmer en su carrera cinematográfica Dunkirk abraza en su visionando catapultando hacia la más profunda de las tinieblas. Aquéllas en las que únicamente se puede sentir, pero no encontrar un porqué. Y sería absolutamente inútil hacerlo. La guerra es irracional. Y esta película baila en la melancolía de dicha afirmación. Se mueve en un continuo espectáculo visual, influido por el inconmensurable trabajo de Hoyte Van Hoytema. Y la elección no puede ser más acertada. La cinta, técnica y visualmente, empuja a los abismos de la oscuridad a todos sus protagonistas. Apoyada también por una desvirtualización del tiempo como un concepto lineal, Nolan envuelve su último trabajo en tres ejes que sostienen la historia con un equilibrio aplastante, demostrando que es la intensidad y no los relojes los que realmente determinan la importancia de los actos y de lo ocurrido.

Dunkirk es la muestra de que, en muchas ocasiones, los seres humanos sentimos la imperiosa necesidad de imponer palabras a lo que hemos vivido. Y de que quizá ahí es donde erramos. Su máxima consiste en romper los títulos de crédito iniciales con una de las mejores secuencias iniciales que el director ha filmado. Y, a partir de entonces, es imposible huir. Por mucho que los ojos se cierren, el corazón siente. Y no se puede hacer nada. Es un profundo camino hacia la reflexión sobre lo que se nos escapa y el conflicto con la esperanza de conseguirlo. Una inmersión en el corazón de la propia guerra, en la que no importa el quién, si no el qué Un viaje a la profundidad de lo desconocido, hacia la capacidad de adaptación en momentos decisivos, sobre la búsqueda de los límites y de promover el propio ingenio para sobrevivir, acerca de la inutilidad del lenguaje como un catalizador de expresión.

Es una experiencia aterradora, pero realmente mágica. Una hipnosis que nos catapulta hacia un momento en el que cuestionar todo lo que creíamos saber acerca del horror. Un viaje sin retorno, al corazón de las tinieblas, del que algunos escaparon físicamente, pero su espíritu quedó en aquélla playa. Y parte del nuestro en la sala de cine.
GonzaloAupi
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9
29 de septiembre de 2019
13 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca antes se había investigado o expuesto en una película las principales motivaciones que hay detrás del Joker. Su origen. Su mentalidad. Sus principios. Sus ambiciones y motivaciones. Los detonantes que convergen en un camino sin retorno. Y es que, acostumbrados a ser espectadores de esta figura como un papel secundario (a pesar de su gran relevancia), ninguno conocía, en un viaje en forma de fotogramas, quién y qué hay realmente detrás del comodín del caos.

Este viaje a los orígenes del Joker comienza con Arthur Fleck, un ser humano con una enfermedad mental que cuida de su madre y cuyo gran sueño es hacer reír en un mundo en llamas. Un mundo en continua lucha en una ciudad presa del egoísmo colectivo. Impulsada por un sistema económico que destierra a aquellos condenados a subsistir y enaltece a quienes habitan su más alta esfera. Un ser humano condenado con la terrible losa de una enfermedad mental que le hace bailar en una constante dicotomía sobre la realidad y la ficción.

Este profundo debate interior comienza a invadir y a transformar a Arthur, como un germen que desea vengar y subirle a un tren sin retorno hacia la revolución, inclinando la balanza hacia el Joker, el fruto de sus terribles vivencias. La consecuencia de lo vivido y sufrido.

Todo ello llevado por un Joaquin Phoenix en estado de gracia. Y de maldad. Haciendo la que, con mucha seguridad, es la mejor interpretación de su carrera y una de las mejores interpretaciones masculinas que se recordarán en los últimos tiempos. Su simbiosis para con el personaje es tal que, por momentos, el espectador tendrá dudas sobre si es el quién interpreta al Joker o es el propio Joker quién interpreta a Joaquin Phoenix. Un actor servido de un guion hecho a su medida. Y a la del papel que representa. Dando lugar a una película que se rinde ante él, que le permite ejercer una libertad absoluta sin ningún tipo de límite.

Todd Philips no solo quiere que conozcamos al Joker, quiere que nos haga debatir. Que nos inclinemos en un terrible (pero necesario) debate ante la justificación y la comprensión o la condena hacia la actitud de su protagonista. ¿Quién ha creado realmente a Joker? ¿Una sociedad corrupta que abandona a quienes más la necesitan o un ser humano que se deja llevar por los entresijos de una mente maldita?

Joker es hija de su tiempo. De tiempos convulsos. De miedo. De caos. De revolución silenciosa. De conflictos. De optimismo escondido e ilusión melancólica. Tiempos en los que las sociedades que no han alcanzado la perfección deseada se dejan llevar por quienes las dirigen creyendo que serán quienes les guíen hacia la misma. Y entonces aparece la sonrisa del caos. Una sonrisa que se da lugar en una de las mejores películas del año (y de algunos otros), pues este Joker ha venido para quedarse.
GonzaloAupi
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5
23 de junio de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos de nosotros crecimos viendo los hitos del ciclismo en aquellos calurosos veranos de hace años en los que hombres de miles de nacionalidades se exponían a la búsqueda de los límites del cuerpo humano sentados sobre dos ruedas e intentando coronar algunas de las etapas más duras del ciclismo mundial. El Tour de Francia no solo es la prueba más dura de este deporte, sino un hito en sí mismo por la complejidad que conlleva y por la exigencia física y mental que exige a quienes se atreven a jugar en esta liga ansiando ser aplaudido en los Campos Elíseos de la ciudad de las luces. Y, durante años, Lance Armstrong fue el emperador de las montañas, de la contrarreloj y el rey absoluto de la extenuación humana en búsqueda de la excelencia.
Muchos quedamos hipnotizados por los hitos conseguidos por el ciclista estadounidense, pero también muchos otros fueron los que sospecharon que, o bien había realizado un pacto con el Diablo para que le concediese un talento sobrehumano, o Lance utilizó diversas técnicas ilegales para engrandecer su potencial, corromper su cuerpo y ganar de manera ilegal los siete títulos que le fueron oficialmente arrebatados en el año 2012 tras la conclusión de las investigaciones que demostraron que no solo él se dopaba, si no que era el líder, capo y señor del dopaje en el ciclismo y el que captaba a nuevos esclavos del oxígeno extra, la testosterona o los esteroides. Y, tanto de su auge como de su caída, nos habla The Program.
El principal problema al que se enfrenta esta cinta es que se mueve a caballo entre una película biográfica con algunos toques sueltos de investigación periodística y un documental al uso acerca de una figura histórica del deporte. Algo así como si cogiésemos la maravillosa Senna y la mezclásemos con algunos toques de Spotlight. Y la jugada sale absolutamente nefasta. Algo realmente curioso teniendo en cuenta el gran carisma que se atisba tras las cámaras, pues a nivel técnico es de sobresaliente. Los porcentajes en los que mezcla ambas temáticas son de una proporción tan variable que el espectador medio puede sufrir las consecuencias de un montaje muy irregular, des lineal y en el que parece que sigamos a Lance haciendo su vida normal y corriente años tras año. Se echa absolutamente en falta en el metraje más minutos de investigación. De cómo el mundo y los periodistas deportivos creyeron que el mito era solo eso, un hombre normal que compraba la capa del heroísmo de la velocidad a un precio desorbitado que le pasaría factura de por vida. Es una película que se lleva dejar por la inercia de la historia, con un tono realmente impersonal, sobrio y en absoluto emocionante. Y, aunque uno de sobra sepa bien cuál será el final de algo así, me vuelvo a reiterar en el ejemplo arriba citado: todos sabíamos que Ayrton Senna falleció en un trágico accidente, pero el documental homónimo te llega a sorprender en el momento en el que relata dicha tragedia, algo que en absoluto ocurre en The Program, donde todo es más que previsible y no cuenta nada nuevo que no supiésemos.
Lo que sí es innegable es la magistral actuación de Ben Foster. Pocas veces se puede ver una adaptación tan camaleónica y realmente espectacular a un personaje histórico. El carisma de Ben salva los muebles de una película que hace aguas desde los primeros (aunque técnicamente impresionantes) fotogramas. Y es una lástima, pues de haber arriesgado más, de haber tenido un guion más carismático y arriesgado, podríamos haber estado ante uno de los documentales mejor realizados y más completos de los últimos años. Pero la realidad es muy diferente. Y es que, al igual que Lance, The Program va cayendo como una torre de naipes (y disculpen una metáfora tan tópica) que se intenta apoyar en una fotografía fantástica y en una interpretación magnífica, pero que inevitablemente cae cuando los cimientos que deberían sostenerla no tienen la solidez necesaria para hacerlo. Podría haber sido mucho más, quizá no haya querido serlo. O, directamente, no puede.
GonzaloAupi
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