Filme edulcorado y pretencioso hasta la saciedad en el que se entremezclan temas como la educación, el racismo y el aborto. La representación que se hace de ellos es tan superflua y perezosa en el análisis, que el resultado final acaba perfilándose como un batiburrillo de ideas moralistas sin justificación alguna. La atención se centra más bien en remover las emociones y sugerir la lágrima fácil a través de una estructura narrativa de cánones maniqueos más que conocidos. La acogida parece ambigua: el espectador sentimental o especialmente receptivo puede llegar a empatizar con el planteamiento dado, mientras que un espectador más crítico echará en falta una lectura más profunda de los temas, y si ha de ser por la vía de la emotividad, al menos más razonable y convincente.

Decía aquel eslogan publicitario de Pirelli: "la potencia sin control no sirve de nada". Pues bien, en esta ocasión Jarmusch ha puesto el coche en marcha, lo ha dejado en ralentí y lo ha despeñado -ni él sabe por dónde.
Me explico. Por lo visto, el tito Jarmusch está un poco quemado (incluso resentido) con las altas esferas de poder y su desafiante y prepotente visión del mundo. Correcto. Pero no se le ha ocurrido mejor manera de abordar el tema que a través de eternos planos fijos y patéticos juegos de palabras, resaltados desde la más cansina de las redundancias (...a ello hay que añadir el cursillo gratuito de Tai Chi acoplado a la historia).
En definitiva, un tostón limitado en ideas e incluso pretensiones donde el control está más bien en manos del espectador, que por su bien debiera no dejarse seducir por la -efimerísima- presencia de algunas estrellas internacionales y patrias.

Película impactante e innovadora, tanto por la visión alternativa del imaginario vampírico que aporta la historia, como por su estética fría y austera, a medio camino entre los cuentos infantiles nórdicos y la casquería del cine de serie B. Es precisamente en este lamentable acercamiento donde progresivamente se debilita el filme, dejando de lado el misterio inicial y la sutileza del horror sugerido para dar paso a una explícita exhibición de sangre a borbotones y un suspense mal trabajado más propios del cine de terror para adolescentes.
De forma un tanto gratuita, las escenas que mayormente intrigan y que pueden incitar a una posterior reflexión no encuentran explicación lógica en el transcurso de la historia, sino que hay que remitirse al libro para atar cabos sueltos.
No obstante, la obra ha tenido una muy buena acogida en España, debido quizás al renaissance de los chupasangres y, sin restarle méritos, al interesante planteamiento sui géneris de la temática. Habría que preguntarse, sin embargo, si la atmósfera sobr¡a y gélida que tanto se ha promocionado en nuestro país resulta igual de transgresora en puntos geográficos más cercanos al polo norte, o es algo inherente a esas zonas, sin más.

Una de las cosas más nocivas que te pueden pasar antes de ir al cine es que alguien te venda la moto. Sea el caso, aquel colega del gimnasio para el que Terminator II era "una pasada", aún mejor que la primera; o la rubia de bote del insti que aseguraba que Titanic era la mejor película de la historia.
En esta ocasión, el voceo viene amplificado desde el grueso de la industria mediática, en ampuloso 3D y Dolby Surround, si cabe. Que si va a revolucionar la experiencia visual, que si ha tardado 15 años en gestarse, parirse y desbocarse... Hasta James Cameron se jacta de ser el único cineasta del mundo capaz de dominar tan divinas técnicas (por gracia y designio propios, amén).
Pese a tal bombardeo metacósmico, mi "vivencia" en la butaca ha sido lo más parecido a pasarme un juego cualquiera en la videoconsola, con su habitual parafernalia: elige tu personaje favorito, plántale cara a los malos, cumple tus objetivos progresivamente, salta de aquí para allá y enfréntate al malo de la pantalla final. Escena triunfal. Congratulations.
Eso sí, impresionan los efectos especiales (esos que tras quince minutos dejan de ser tan "especiales"), aunque confieso que lo más impactante de la noche fue el gato tridimensional del tráiler de Alicia en el País de las maravillas, avalanzándose sobre la sala.
Con todo, el bueno de Cameron va a ver engordadas sus cuentas bancarias en proporción aritmética con el éxito de su campaña de márketing. No olvidemos que la película es lo de menos. Son los videojuegos, las descargas, gadgets y demás los que verdaderamente revelan la trama ausente de este bodrio.

Pretenciosa, narcisista, pedante, esnobista y aburrida, tremendamente aburrida, son algunos de los adjetivos con los que uno quisiera hacer justicia frente a la pérdida de tiempo que el señor Don Wenders nos ha procuprado con esta última película.
Como buen artista estereotipado que se precie, es deseo de Don Wim comunicar al espectador una vez más cuán sensible es el alma del bohemio empedernido, y qué mejor manera que hacerlo a través de un alterego. El resultado, lejos de conmover o sugerir, brilla más por su superficie que por su trasfondo. Pero ya sabemos que del bote de lo sibilino lo único perceptible es la etiqueta.
Para la ocasión, Don Wim, al igual que hiciera Santiago Segura, se ha rodeado también de algunos amiguetes archiconocidos para darle más bombo a su producto, e incluso se ha permitido guiñarle un ojo a los desaparecidos Bergman y Antonioni, esperemos, desde la humildad.
La obra, en definitiva, confirma la sospecha de que Wenders es un excelente fotógrafo pero un pésimo guionista.