Primer contacto nada decepcionante con el cine boliviano.

Una historia cruda, sin ornamentar ni maquillar. Una situación demoledora para cualquiera, en la piel de un joven que nunca ha tenido ninguna meta más allá que evadirse de su realidad.

Esta película es un descenso en paralelo hacia la realidad de un grupo de mineros de la región de Huanuni; y hacia las profundidades del abuso del alcohol en una persona sin ningún tipo de apoyo social. Un descenso real, cruel cuando debe serlo, con una mezcla de curiosidad y compasión donde la ausencia de grandes diálogos brilla por su acierto.

Sacrificando la continuidad del hilo argumental en pos de una contextualización cultural y espiritual, conseguimos entrar en un mundo difícilmente imaginable si no es a través de esta ventana.

Ciertamente es una película que hay que ver sin prisa ni apuro, ya que la extensión de algunos planos remarcan una brillantez que solo es apreciable si nos dejamos rodear de lo que el director nos quiere transmitir con ellos.

Sin duda, un largometraje que cuanto más avanza, más sentimientos encontrados provoca y que a veces, consigue disipar la niebla de la ficción trasladándonos a la Bolivia más agreste.

Nadie va a dudar que ésta película es merecedora de ser considerada una obra de culto, tanto por méritos técnicos como por el vasto universo que tan bien consigue adaptar del manga homónimo.
Para aquellos que no la han visto todavía, o que la han visto y no han conseguido entenderla en su totalidad, lanzo un mensaje de tranquilidad. Estamos ante una película que hay que visionar 3 o 4 veces para conseguir comprender su compleja trama, su envolvente atmósfera post-apocalíptica y su futurista concepción social.
Es así porque, de cada fotograma, podemos extraer una gran cantidad de detalles que inevitablemente van a pasarnos desapercibidos intentando no quedarnos atrás en el relato. Sin duda, hay muchas maneras diferentes de disfrutar ésta obra.
Además, la filosofía de su argumento y de sus variados y peculiares personajes da para mucho debate posterior.

Es muy difícil componer con palabras una explicación coherente de la mezcla de sentimientos que ésta obra maestra ecuatoriana despierta dentro de uno mismo de principio a fin.
No deja de ser una producción paradójica, un canto a la vida desde la perspectiva de la muerte, un abrazo al miedo desde el filtro del optimismo, una situación deseada desde la incomprensión social.
Nos adentramos cálidamente en la intimidad de Rubén, consiguiendo sentir todo aquello que siente, que no es poco, en las 24 horas previas a su anunciada y elegida muerte.
Roberto Manrique nos pone a todos en el papel protagonista, provocando una empatía difícil de superar con un personaje que es libre de principio a fin, que busca a partes iguales redención y comprensión.
Con un armonioso tránsito entre diferentes momentos del día y de la temporada previa al final deseado, la película va más allá de la mera reflexión controvertida y el estremecimiento emocional. Traspasa las barreras de lo políticamente correcto, sin transgredirlas en ningún momento, con una banda sonora que acompasa sabiamente las decisiones del valiente protagonista.
En resumen, una bella experiencia audiovisual que nos invita a vivir la vida, a disfrutarla y a no esperar. Se merece todos los premios que, seguro, conseguirá.