Aunque parte de una premisa fascinante (una confusión en un hospital que lleva dos bebés a los vientres equivocados), este debe ser uno de los guiones más desesperantes que haya visto en mucho tiempo.
El primer aviso es cuando la protagonista se ve rodeada de luciérnagas en el campo y atrapa una, cual ninfa de los bosques, y suponemos que formula un deseo sobre la maternidad.
A partir de ahí, asiste uno con estupor a una sucesión de escenas melodramáticas y muy difíciles de justificar, en las que es posible prever la indignación de diversos grupos de espectadores: los que aprecien el cine, los que tengan algún vínculo con el mundo editorial, las embarazadas, los venezolanos, ¡hasta las luciérnagas!

Mención aparte merece el cásting telenovelesco. Todos parecen operados con sus cuerpos ultraperfectos, abdominales marcados con obsesión geométrica. Las escenas de los desnudos, especialmente las relacionadas con el embarazo, son del tipo publicidad de jabones de los años 90, cuando solo se admitían cuerpos de modelos en el imaginario.

Deja regusto a publicidad de Colgate. Un chico muy guapo vuelve a su pueblo valenciano y se reencuentra con sus amigos. Entre ellos hay una amiga también muy guapa que sonríe sin parar. Las sonrisas de ambos (especialmente la de ella) brillan durante toda la película. Él a veces se pone melancólico, pero de todas formas sigue guapísimo.

El guión es forzado, rígido, como una endodoncia (para seguir con los términos dentales), en ocasiones poco coherente. Los diálogos avanzan como cumpliendo una hoja de requisitos, restando fluidez al conjunto. Para evitar el tono melancólico de la historia, se acude a una receta previsible que tampoco encaja: otros dos chicos algo "outsiders", el gordito y el solitario de turno, hacen algunas payasadas. Claro, se supone que esto da equilibrio a todo. No cumple el objetivo.

Hay cosas positivas: los bonitos paisajes de El Saler y la mirada a la vida de pueblo de las afueras de Valencia.