Ves el título, la procedencia, el cartel, los premios, la sinopsis (aunque no es necesario) y fácilmente adivinas que vas a ver una de dos, un tostón o una película emocionante, una aburrida secuencia de imágenes pretenciosamente indescifrables o una cautivadora historia que se te va a clavar en el pecho, de un dolor que hoy no te dejará dormir. Atisbas las posibilidades cinematográficas que ofrece el film a simple vista y no te equivocas.
Diríase que es una película de autor a la que hay que sustraer las connotaciones negativas del término y para la que no hay que oponer resistencia. La sobrecogedora fotografía te ayudará a deslizarte por el film y a comprender que el paisaje, el árido, bello y desalmado relieve irlandés, está ahí para algo más que para emocionar, está ahí para susurrarte las preguntas que los misteriosos personajes esquivan, presas de unos silencios pactados previamente. Empapado ya del clima de la película, puedes empezar entonces a escudriñar a la pareja protagonista, una joven guapa, rota y huidiza que se topa con un cincuentón enfermizo que vive en una isla alejado del mundo de los humanos. Allí, entre el paisaje radical y los dolores encerrados, los miedos desconocidos, las bellezas apagadas, ocurre todo, si es que ocurre algo, si es que la película cuenta algo o solo susurra algo, si no es que solo huele a algo.

Se puede afirmar que el trabajo de Jacobs resulta más que digno en esta adaptación, sumamente determinada por la omnipotente figura de Malkovich, de la solvente y ambiciosa obra de Coetzee. La "Desgracia" del cine es una película bien calculada que huye de los preciosismos para poner todo el énfasis en hacer llegar al espectador la compleja e inabarcable historia que se cuenta en la novela. Una novela rotunda, verdadera, sin compasión por la realidad y que desmonta el frágil tente de las convenciones morales desde el punto de vista de un individuo en busca de si mismo y de su propia libertad, asi como desde el punto de vista de un dificil equilibrio social, ajeno a la lógica de los paises europeos autoproclamados civilizados, entre las diferentes caras de una tierra en un proceso simultáneo de resurreción, construcción y deconstrucción, como es Sudáfrica.
Malkovich acaba llenado los huecos, por momentos abismos, que dejan a veces algunas escenas de la película y algunos personajes, apenas esbozos de seres con una profundidad oscurísima e intensa, con una interpretación tan colosal como minuciosa, tan personal como verosímil.
En resumen, una película que merece una visita al cine, que exige apertura moral, que aconseja una lectura previa de la novela de Coetzee, que Malkovich engrandece y que aspira a motivar un sinfín de reflexiones de gran calado sobre la naturaleza, la violencia, la vanidad y las miserias humanas.

Yo no me hubiera recomendado esta película. Es decir, si eres de empatía alegre, conectas con el dolor ajeno con peligrosa facilidad, o te cuesta comprender la violencia física y moral que pueden llegar a desarrollar ciertos seres humanos, esta película es un mal plan para el domingo.
Si bien hay que reconocer que la factura de la historia está sobradamente conseguida y las interpretaciones son más que dignas, también hay que decir que a la película, aunque es muy honesta, le falta brillo en los momentos en los que la protagonista busca realidades alternativas al devastador mundo que le ha tocado vivir. Sus ensoñaciones son algo facilonas y no logran, como busca, sacar la envenenada espina que no deja de clavarte a lo largo de toda la película. Como digo, la historia es muy creible, dura, entrañable y acongojante. Para mí le sobran minutos de recreación en el dolor de la buena de Precious. Hay algo de sadismo en tanta fidelidad. Aunque los retratos humanos son precisos e interesantes, no lo son más que muchas de esas hiperparodiadas películas españolas con afán reflexivo que tanto desdeñamos y que tan poco recordamos cuando vemos que elcine américano, !oh milagro!, engendra una de estas descarnadas historias de realidad social de tintes políticos.

Es Woody Allen, el de las últimas comedias, el de las historias ligeras ausentes (casi) de carcajadas y que aspiran a reflejar una suerte de existencialismo "Woodyallenesco", el que repite el molde del corazón de sus personajes cambiándoles solo las caras, el que entretiene y divierte tan agradablemente que le perdonas que, otra vez, "esta no es su mejor película". No hay que buscar obras maestras en Allen. Hace tiempo que no se habla de trabajo "histórico" al referirse a la última del autor neoyorkino. Aún así, siempre merece la pena si ya te has afiliado a su sesgo cinematográfico, si te has acomodado a su humor sutil o delirante, según el momento o si, simplemente, te caen bien su decálogo de personajes recurrentes, enfermos de "Woodyallenismo", y que volverás a encontrarte en "Conocerás al hombre de tus sueños".
Nada nuevo... dos horas de buen cine, de interesantes e inesperadas historias, de un autor cada vez más previsible.

Este documental muestra de manera ejemplar cómo el dinero inyectado en los mercados puede fluir, crecer o trasvestirse, ajeno a las miradas incrédulas o desconfiadas, e incluso, ajeno a la pura realidad. El producto ficción como instrumento comercial tiene estos riesgos (llevar a la ruina a la séptima empresa de USA), que dirían los gurus del neoliberalismo, y solo una consecuencia clara: la desgracia para el modesto (los empleados de Enron, como todo el que pierde su trabajo en los Estados Unidos, perdieron su seguro médico, su sueldo, su jubilación, su dignidad, etc.). Como curso avanzado sobre ingeniería financiera para economistas y protoespeculadores de escasos escrúpulos, el caso Enron debería ser de obligado análisis y de aconsejable ejemplo. Además, este documental, debería ser de obligada visualización para todo hijo de vecino que quiera asomarse a la intrahistoria de un parquet bursatil e intuir, al menos, cuán perversos pueden llegar a ser los laberintos de la economía capitalista.

Pero hay algo del documental que, en el fondo, estremece aún más. Y es ver cómo los protagonistas viles (y los envilecidos) de este documental resultan tan familiares a ojos de un españolito de a pie. Cualquiera de estos sicópatas no muestra rasgos demasiado espeluznantes a simple vista, ni aparecen con colas puntiagudas o risas demoníacas. Pueden confundirse con las presencias cotidianas de un político huidizo haciendo una rueda de prensa a la hora del telediario o con la cara inofensiva de un empresario cortando la cinta de un nuevo centro comercial. Todo tan familiar como la crueldad de una sonrisa que busca tu confianza para venderte una soga, una pistola, un voto, una hipoteca o cualquier otro instrumento de suicidio.