Reconozco que esta película no es ninguna "obra maestra", pero me gusta su punto de partida y su intención. Lejos de acomodarse a la estructura clásica de un guión, nos muestra a modo de documental un conjunto de escenas que se ordenan arbitrariamente, con el fin de recrear una atmósfera que está presente en todo.
Su lento ritmo da lugar a la interpretación, a la fijación por el detalle, y cierto es, a la espera de que algo fuera de lo común suceda.
Pero no os hagáis ilusiones, no sucede "nada", quizá no haga falta.

Se desarrolla en una casa de vacaciones fuera de la ciudad, donde el clima parece sumergir
a los personajes en un estado de letargo perpetuo.
El agua de la piscina está sucia, las hojas de los árboles han caído y flotan sobre ella sin rumbo
alguno. Su turbio color refleja el estado de dejadez en el que se encuentra, nadie se encarga de
limpiarla, ni siquiera el agua de la lluvia depura tal estancamiento. Pero la nauseabunda familia sigue tomando los débiles rayos de sol que se filtran a través de la densa atmósfera, yacen cansados sobre sus tumbonas al lado de dicha piscina, que en otros tiempos, seguramente, contenía un agua fresca, clara y limpia.

La ciénaga es una metáfora y el desarrollo de un concepto, la puesta en escena de un estado.
Un parón en el tiempo, una espera marchita, una vida insulsa... ¿los motivos de tal presente?
Los desconocemos... como ya he dicho la interpretación es libre, nosotros vemos un resultado y el guión corre de nuestra cuenta.

Este capítulo, breve y conciso, sobre los desajustes que se pueden dar en el orden filial, se trata de un ejercicio de comprensión y aproximación a unos personajes descarrilados, que deambulan solitarios por las tangentes de la existencia. A medida que va sucediendo la historia, vas acercándote o alejándote de ellos quedando finalmente en un estado de perplejidad imparcial.

El motivo de tal desbarajuste es la lucha por la posesión real o ficticia de una niña, con todo lo que ello conlleva, a través de la supresión de un origen/pasado desafortunado. La maternidad se da en distintos grados y a través de tres generaciones llegando al extremo de la maternidad usurpada desencadenante de la situación.

La historia del padre también resulta ciertamente curiosa, pues debido al caso dejó atrás su vocación para acabar convirtiéndose en un fabricador de ositos de peluche y esconderse tras ellos en su pequeña casa de campo. Alejado de todo, el vínculo sano aunque forzosamente olvidado con la hija –estimación real y no egoísta- le hará tener un papel decisivo en el futuro de ésta.

Durante el s. XIX hasta mediados del s. XX, las pequeñas y espontáneas manchas que poblaban la faz de la tierra empezaron a despertar y a crecer como si de organismos vivos se tratase, robando así terreno a la naturaleza y alimentándose de ella; se llamaron metrópolis.

Éstas instauraron un nuevo ritmo en su interior, uno que iba al compás de los pistones y los engranajes de la máquina. Se convirtieron en los nuevos polos de atracción, donde sin duda una vida diferente esperaba latente en el corazón de un orden frío y deshumanizado.

Tiempos Modernos es la visión crítica de las dificultades que se encontraron las personas -que se trasladaron del campo a la ciudad- para adaptarse al sistema capitalista, tiempos donde los valores humanos entraron en crisis y donde la felicidad material estaba empezando a dar sus primeros pinitos, eso sí, con un humor fulgurante que no deja indiferente y que ya quisiéramos tener muchos de nosotros.

Las primeras escenas nos muestran el contexto en el que tuvieron que desenvolverse los nuevos obreros.
Aparece un reloj acaparador: la herramienta que mide y reparte el tiempo del que nadie se escapa y todo trabajador debe ceñirse sin rechistar.
Tan controlados están, que ni siquiera pueden escapar a fumarse un cigarrillo, y en el momento en que el propio Charlot lo hace, una pantalla gigante llama su atención devolviéndolo de nuevo a su monótona tarea.
La masa, como un rebaño de ovejas, se dirige a su puesto de trabajo: la imponente fábrica, que es el lugar donde las personas se despojan de su identidad para pasar a ser unos autómatas.
Allí permanecen hasta que el sol se pone.
Nuestra vista se fija en la oveja negra que circula entre las demás, nuestro Charlot, la figura romántica y esperanzadora que da humanidad y que hace que ese contexto hostil sea un poco más ameno.

En este punto, la película es comparable con Amanecer de Murnau, donde el amor que une a la pareja protagonista es arrollador y capaz de desafiar a los infortunios que la desconocida y temida ciudad pueda provocar sobre ellos.

El amor es lo único que conocen estos personajes y lo único que los ilumina y les da esperanza, lo demás es secundario. Charlot y su pareja – la huérfana vagabunda que se cruza en su camino- están unidos y con ello hacen frente a cualquier adversidad. Un claro ejemplo que demuestra que los valores humanos están por encima de cualquier sistema y que triunfan y triunfarán siempre.

Un árbol tiene cientos de hojas aunque mi atención reside en una sola. Es tanta la nitidez con la que se muestra ante mí que conozco hasta sus más recónditos secretos. El resto de hojas no son más que una visión borrosa y lejana... sin embargo el conocimiento de la mía, me permite entender al árbol completo. Percibo el mundo a través de sus ojos ¿no es eso amor? Sí... ella ha distorsionado completamente mi realidad... ¿acaso no es eso el amor?

Una película que ahonda en el clásico tema del amor, tal vez incomprendida en el mundo contemporáneo.