Reconozco que soy devoto de Robert Redford, ya sea como actor o director, y quizás mi crítica no sea demasiada objetiva. Pero es la primera película en la que pienso cuando alguien me pregunta por mi película preferida. Hace ya mucho tiempo que la vi, de modo que no puedo hacer una crítica objetiva comentando aspectos concretos de la película, sino tratar de transmitir mi impresión general. Pero sí recuerdo una escena soberbia, por la cual la película ya merecería la pena: el baile.

En definitiva, una preciosa historia de amor en estado puro. Si te gustó "Los puentes de Madison", sin duda ésta también.

Un sólo apunte acerca de una escena particularmente arrebatadora: cuando Meryl Streep agarra en su mano la manilla de la portezuela de la furgoneta y ha de decidir qué hacer de su vida. Emociones en estado puro. Magistral.

Poco más puedo decir. Igual hasta es buena y todo, pero yo no puedo evitar quedarme con la sensación de ser pretendidamente artificiosa y enrevesada, ya sabéis, para que el crítico al salir del cine piense: "tiene que ser buenísima, porque no me he enterado de nada, así que voy a ponerla por las nubes, no vayan a pensar que soy burro". Pero en fin, como a mí no me da vergüenza, pues lo digo: acabé la película sin saber quién era quién ni a qué se dedicaba uno. Es incluso peor que "El sastre de Panamá".

Conmovedora historia de amistad entre dos hombres en pos de la libertad. Da que pensar que un sentimiento tan noble como ése (la amistad, el hacer algo por otra persona sin esperar nada a cambio) pueda emocionarnos tanto y hasta sorprender hoy día. Tal vez el hecho de que además se dé precisamente entre presidiarios, no sea extraño, sino que quizás es en esos momentos, al igual que en la guerra y otras circunstancias similares, cuando entre toda la miseria humana sobresale también lo mejor que llevamos dentro.

Quizás se haga un pelín lenta en la primera parte de la película, hasta el confinamiento de Papillón en la celda de castigo. A partir de ahí, la película engancha al espectador hasta el final.

Steve McQueen y Dustin Hoffman, soberbios.

Simplemente entretenida, para pasar un buen rato cenando en casa, frente al televisor. Hay buenos momentos de tensión aunque comparto la opinión de Javier Ocaña de que la película decae mucho cuando se abandona el escenario de la comisaría para pasar al exterior. Algunos diálogos son demasiado obvios.