"El Vecino" es de alguna manera una obra fundacional en el cine chileno post-dictadura, en una lìnea más marginal, política y cruda, comparado con lo que se hizo en los noventa e incluso con lo que se hizo después. Vinculándose más con obras como "El Pejesapo" (2007) o "Mitómana" (2010) que con todo el autoproclamado Novísimo Cine Chileno. Hecha con escasos recursos y un elenco reducido, el film es un fresco lúgubre e hipnótico de un Santiago gris y extraño, donde el neón y la escasa luz solar entrando por los estrechos departamentos del centro de la ciudad, son lo único que ilumina a solitarios y densos personajes, que huyen de su pasado y de su presente, en una cierta miseria kiltra muy propia de la sociedad post-noventas en Chile, donde la imagen del consumo y la violencia diaria invaden sus vidas. Cuando nos enfrentamos a "El Vecino" nos damos cuenta inmediatamente de su coherencia y su potencia, mostrándonos ya en el inicio los fragmentos de una obra inconclusa que el personaje principal trata de construir dentro de la ficción; un relato coral de una sociedad idiotizada y tristemente demoledora, sin darse cuenta que él es parte fundamental de esta maquinaria enferma.
Si existe una especie de Cine Chileno de culto, claramente "El Vecino" entraría en uno de los visionados infalibles.
Muy recomendable.

Combate de un amor en sueños, es un ejercicio de Ars combinatoria matemática -propuestas por el místico franciscano Ramon Lull- aplicada a la estructura de un film en diversas combinaciones temporales con los mismos actores. Es una obra de lo que se considera el período de madurez de Raúl Ruiz, donde aplica desde sus teorías sobre la disolución del conflicto central, yéndose por las ramas de la variación y la vínculación de tiempos equis distantes, hasta sus conocimientos teológicos, para contar la historia de una pintura a través de los tiempos -representación que se analoga con el film en sí-, centrándose en un personaje que habita distintas realidades, pasando de piratas, a secerdotes, psicólogos, magos, etc, con secuencias que parecieran sacadas de un sueño, el film se arma y desarma frente a la búsqueda demiúrgica del ser humano por encontrar fines y estructuras en el caos del universo.
Es una película compleja y poética, de una autoreflexión única, y a su vez con un dinamismo propio de lo lúdico del ejercicio ruiziano que roza la matemática y la mística gnóstica. Un film casi chámanico, que se adentra en los arquetipos de las historias que nos contaron cuando chicos,