Parece mentira que HBO se digne a hacer semejante bodrio, totalmente parcial y cuyo único objetivo es lavar la cara de Mia Farrow, tratando de echar por tierra sin ningún rigor periodístico todas las sentencias judiciales que concluyeron la inocencia de Allen. Como bien dice Andrea G. Bermejo en su artículo de cinemanía (el cual por sí solo aporta más datos y seriedad periodística que toda la producción de HBO) "Este documental solo cuela si vives en un país que censura las memorias del director". Pero parece que desde hace un tiempo todo vale contra Allen.

Una vez más, como desde hace ya muchas décadas, el cine americano se convierte en la plataforma propagandística y difusora de discursos de su imperio cuando este lo necesita.
En un momento en el que la fuga de empresas europeas hacía Estados Unidos amenaza con debilitar aun más la maltrecha economía comunitaria, esta película viene a recordarnos lo humano que es el gran capital americano y como no, lo malos que son los alemanes y por extensión todo lo europeo. De hecho hay escenas realmente xenófobas, que si estuvieran dirigidas hacia otra nacionalidad nos sorprenderían muchísimo, pero como ya estamos tan acostumbrados pasan casi desapercibidas.
Nada nuevo, el cine americano sigue en la postguerra, vender las bondades del capitalismo y del sueño americano mientras recuerda lo nazis que son los alemanes. Desde luego tiene mérito hacerlo hasta en una película sobre Michael Jordan.