Una de esas películas que se cree mucho más de lo que es, una discursiva y pedante historia sobre la vida y la muerte. Así, a lo grande. En realidad es una pretenciosa peliculita vacía y maniquea protagonizada por personajillos irritantes con la que Hal Ashby lleva años tomándonos el pelo. Le ha salido bien, puesto que por algun motivo que se me escapa sigue siendo una cinta de culto.

Una historia perturbadora que deja mal cuerpo y muchas preguntas sin respuesta. Perfecta para seguir hablando de ella días después de su visionado. Tilda Swinton está tan perfecta como siempre y consigue que te lleves más de una sorpresa cuando ya creías haber atado todos los cabos. Gracias a su forma y estructura conocemos la historia de esta pareja desde el principio y vamos viendo crecer a Kevin hasta llegar a la edad adulta sin perdernos y formando una idea aproximada de lo que va sucediendo en las largas elipsis temporales. El problema es que pasamos muy de puntillas en demasiadas situaciones y los padres, especialmente ese padre bobalicón interpretado por John C. Reilly, no son lo suficientemente creíbles en la forma de enfrentarse a su situación. No habría estado de más que realmente les vieramos hablar de su pequeño monstruo.
Lo inquietante es intentar comprender el mal, la maldad pura, sin justificaciones demoniácas ni fantasías. La maldad y el amor de una madre girando y retorciéndose durante poco más de 100 minutos.