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Críticas de Alucine Cinéfago
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
9
28 de noviembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ésta excelente película de suspense y misterio con atmósfera gótica constituye la primera contribución a la gran pantalla del maestro Narciso “Chicho” Ibáñez Serrador, a quien no pocos aclaman como el Hitchcock hispano. Nacido en Uruguay en 1935, como hijo del actor asturiano Narciso Ibáñez Menta y de la actriz argentina (de origen valenciano) Pepita Serrador, Chicho alcanzaría la celebridad en España durante los años ´60 gracias a la emisión de sus “Historias para no dormir”, inquietantes mediometrajes televisivos basados mayormente en relatos de autores como Edgar Allan Poe o Ray Bradbury, e incluyendo también otros de cosecha propia, que acostumbraba a firmar con el pseudónimo de Luis Peñafiel.

“La Residencia” (que en España fue todo un éxito de taquilla en su momento) es muy reminiscente en su estilo visual y temático del giallo italiano en general y del cine de Dario Argento en particular – que por cierto es posterior a ésta obra maestra de Ibáñez Serrador. El visionado de “La Residencia” podría haber inspirado a Argento para su “Phenomena” (1985) también ambientada en un estereotípico internado femenino.

La veterana Lilli Palmer, de origen alemán, interpreta a la severa Madame Forneau. El resto del reparto está compuesto por bellas y desconocidas jovencitas, la mayor parte españolas (o inglesas,como Mary Maude y Pauline Challoner).

Chicho Ibáñez Serrador realizó auténticos malabares para esquivar a la censura (pues la película fue filmada y estrenada en la España franquista). Sobre todo teniendo en cuenta lo escabroso del tema y el picante tono de erotismo – que aunque sutil es omnipresente, y que en algunos casos contiene incluso toques lésbicos y sadomasoquistas.

El lento pero siempre intenso e intrigante desarrollo de la trama está realizado de forma magistral. La melancólica banda sonora corre a cargo del argentino Waldo de los Ríos – compositor también de la música de la segunda película de Chicho, la igualmente maravillosa “Quién puede matar a un niño” (1977), así como de la banda sonora de la popular serie televisiva “Curro Jiménez” (1976).

Alucine Cinéfago
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6
25 de noviembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras escribir y producir “El gigante de Metrópolis” (Umberto Scarpelli, 1961), Emimmo Salvi realizó con ésta “Vulcano, hijo de Júpiter” su opera prima como director. Ambas películas pertenecen al género peplum, una corriente cinematográfica muy en boga en la Italia de los primeros años sesenta, poco antes de que se pusiera de moda el western.

El peplum, injustamente denostado y condenado al ostracismo, puede considerarse un precursor de la espada y brujería. En ocasiones se narran hechos históricos, aderezados con toques de leyenda – como la guerra de Troya o la fundación de Roma…

Pero la temática mitológica siempre es muy recurrente. Así sucede también en el film que nos ocupa, donde tiene lugar un triángulo amoroso entre la bella e intrigante Venus y los rivales Vulcano y Marte, quienes pugnan por regresar al Olimpo con la diosa del amor como compañera. Dicho triángulo amoroso se torna aún más enrevesado cuando el rey Milos se enamora perdidamente de la lujuriosa Venus, y cuando Etna le confiesa su amor a Vulcano…

Marte urde un complot contra Júpiter, el rey de los dioses. Con la ayuda de unos “tontos útiles” humanos, encabezados por Milos de Tracia, el dios de la guerra prepara un “golpe de estado olímpico” para destronar al padre celestial. Busca lograrlo construyendo una inmensa torre que llegue hasta la morada de los dioses – Ese mito luego sería recogido por la Biblia (la historia de la torre de Babel).

Si bien en la puesta en escena puede comprobarse la falta de presupuesto (por ejemplo en los trajes de los „reptilianos“) la película resulta en su conjunto más que decente.

El film está rodado en Irán, y al dios Vulcano lo interpreta Ilush Khoshabe (alias Rod Flash), actor y culturista iraní que participó encarnando a forzudos varios en distintos peplums italianos y otros largometrajes de aventuras. La voluptuosa Bella Cortez, natural de Cuba, es la ninfa siciliana Etna. Ésta actriz, a la que ya vimos en “El gigante de Metrópolis”, no fue la única cubana que desempeñó roles en los peplums y otras producciones de la Italia de aquellos años. También está su compatriota Chelo Alonso, bailarina e intérprete que tuvo el principal rol femenino en “El terror de los bárbaros” (Carlo Campogalliani, 1959), donde compartió cartel con Steve Reeves.

El norteamericano Gordon Mitchell, protagonista de “La ira de Aquiles” (Marino Girolami, 1962) y de la antes mencionada “El gigante de Metrópolis”, tiene un pequeño papel como Plutón.

La banda sonora fue compuesta por Marcello Giombini, quien casi un par de décadas después creó mediante sintetizadores la envolvente música del “Anthropophagus” de Joe D´Amato (1980).

Alucine Cinéfago
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7
25 de noviembre de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con “Les raisins de la mort”, Jean Rollin realiza su peculiar aportación al subgénero de “zombies”: Un largometraje de terror y suspense que sin duda está entre los mejores de su filmografía.

Los afectados por la misteriosa epidemia sufren una enfermedad degenerativa que les pudre el cuerpo y también el alma. Aunque los contagiados actúan como zombis (a excepción de que tienen la capacidad de hablar y no son caníbales) sería incorrecto calificarlos propiamente como tales. Pues no se trata de muertos vivientes, sino más bien de “vivos murientes”: De forma paulatina van perdiendo sus facultades de raciocinio y son incluso conscientes de su lenta y dolorosa mutación (...)

Rollin, conocido por su predilección hacia la temática del vampirismo femenino, incluye también aquí una atmósfera onírica (más bien pesadillesca), así como imágenes impregnadas de poesía macabra. La película fue rodada en la montañosa zona del Massif Central, en el Languedoc occitano.

Entre los actores del elenco destaca Brigitte Lahaie, quien también participó en “Fascination” (1979) y “La nuit des traquées” (1980), ambas igualmente de Jean Rollin.

Alucine Cinéfago
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7
24 de noviembre de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si habría que emplear un solo adjetivo para describir a ésta película, ciertamente sería el de inclasificable. “Gozu” combina el cine de yakuzas con una road-movie, el suspense con grandes dosis de humor absurdo, las situaciones grotescas con una oprimente atmósfera de pesadilla. Tanto Ozaki al principio como Minami después parecen estar bajo los efectos adversos de una droga psicodélica, que amplifica sus paranoias y aumenta exponencialmente el desconcierto. Para Minami, conforme avanza la trama, realidad y fantasía irán entremezclándose peligrosamente…

Elementos surrealistas y oníricos impregnan en todo el momento el film, que tiene un ritmo bastante lento y pausado, una cadencia casi hipnótica, que envuelve al espectador transportándolo al demencial mundo del protagonista.

La imagen de la película tiene durante el metraje un tono de color alterado que se acerca al sepia, y que contribuye a aumentar el efecto de irrealidad y delirio que se pretende transmitir.

Quien ya esté familiarizado con el cine del polémico y prolífico Takashi Miike, encontrará en “Gozu” los imprescindibles “ingredientes” que el realizador nipón emplea en muchas de sus películas: Un gusto desmesurado por la hipérbole, por lo esperpéntico, por el humor absurdo, las perversiones sexuales, los acontecimientos bizarros…

El título del film, “Gozu”, hace referencia a una especie de minotauro de la mitología budista; un guardián de las puertas del Infierno (similar a nuestro occidental cancerbero) pero con cabeza de toro. El monstruoso ser aparecerá simbólicamente en una de las pesadillas del protagonista.

Es muy difícil que una película resulte sobrecogedora y cómica al mismo tiempo (una comicidad muy particular, pero no involuntaria). Con “Gozu”, Miike lo consigue con creces.

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6
25 de noviembre de 2018
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El curtido comisario Ferro, experto en crimen organizado, se ve envuelto en una compleja trama de asesinatos relacionados con la Mafia y el mundo de los negocios inmobiliarios. Para esclarecer los crímenes no dudará en recurrir a métodos poco ortodoxos; como sellar un pacto con uno de los máximos jefes de la Mafia y enamorar a la secretaria de un corrupto magnate para conseguir información. El ex-camorrista Acampora, por su parte, se dedica al sector de la gastronomía y ha abandonado todos sus negocios ilegales; o al menos casi todos ellos…

Dos emblemáticas figuras del cine policíaco a la italiana coinciden en éste entretenido film cargado de acción: El napolitano Mario Merola, y el prematuramente fallecido Maurizio Merli. Ambos fueron rostros habituales en los polizzieschi de los años ´70. Merola, que además era cantante, protagoniza una serie de películas de temática camorrística dirigidas por Alfonso Brescia; todas ellas con un tono muy localista y folklorístico, y donde interpreta siempre a personajes muy similares (entre ellos “Napoli… la Camorra sfida e la città risponde” o “I contrabbandieri di Santa Lucia”, ambas también de 1979). No es distinto en ésta ocasión, y Merola da vida a un hampón retirado que supuestamente pretende ir por el buen camino. Un caso diametralmente opuesto se da en la familia del propio comisario Ferro (interpretado por Maurizio Merli). Su sobrino Stefano ha optado voluntariamente por el lucrativo y peligroso mundillo de la delincuencia organizada…

Maurizio Merli encarnó también a implacables comisarios en producciones como “Napoli violenta”, “Roma a mano armata” (ambas de Umberto Lenzi y de 1976) o “Roma violenta” (Marino Girolami, 1975) – Girolami (padre de Enzo G. Castellari) es por cierto uno de los guionistas de ésta “Tu ley es lenta, la mía no”. En las películas mencionadas abundan la acción, los tiroteos y las persecuciones de coches; en contraste con los polizzieschi más “intelectuales” de directores como Damiano Damiani (“Tengo miedo” de 1977, “Pizza Connection” de 1985, etc). Merli también se puso en la piel de un solitario cazarrecompensas en el memorable aunque tardío western “Mannaja” (Sergio Martino, 1977).

El gerifalte mafioso don Alfonso no es otro que nuestro ibérico Francisco Rabal, quien colaboró en varias producciones italianas allá por los años ´70 y ´80 – Entre ellas en la cuarta temporada de la saga de “La Piovra”.

Alucine Cinéfago
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