¿Por qué impacta tanto un film con un ambiente tan deprimente, miedos, soledades, presiones y miseria? Porque consigue trasladar al espectador esa sensación opresiva y asfixiante que sufren los protagonistas.
Desde el desarrollo de la primera parte, donde se van conociendo los personajes, el clima de tensión va creciendo hasta hacerse insoportable durante el momento cumbre de la película: el viaje en esos dos precarios camiones que transportan explosivos y a los cuatro pobres diablos que se juegan la vida. Allí se mezclan la camaradería, la rabia, el terror, la desesperación, la tragedia, el valor y la cobardía, y hasta hay tiempo para algún momento de melancolía. Aquí no hay héroes ni villanos; solamente hay despojos humanos tratando de lograr una vía de escape de sus vidas miserables.
Las actuaciones son simplemente magistrales porque transmiten toda esa carga de angustia sin darnos tregua, y la espectacular dirección nos arroja un nuevo cachetazo con cada escena sin miramientos.
Si tuviera que buscarle alguna contra a esta genialidad de los años 50, diría que tal vez merecía otro final un poco más elaborado. No obstante, ante tamaña obra maestra, solamente puedo descubrirme y afirmar, sin temor a equivocarme, que es -desde mi humilde punto de vista- la mejor película de todos los tiempos. Impresionante.

La trama de una mujer mayor, casada y con hijos que vive una aventura con un muchacho mucho más joven no deja de ser interesante por más que haya sido contada infinidad de veces. El problema con este film es que va desarrollando el romance sin muchos pormenores hasta que, de pronto, la historia se trunca y la película termina. Así, sin demasiadas explicaciones ni detalles.
Tiene sus momentos simpáticos cuando muestra algunos pantallazos de la vida barrial y rutinaria y decae un poco cuando roza el melodrama, pero en líneas generales se deja ver y entretiene a pesar de que falta un final mínimamente elaborado.
Buenas las actuaciones incluyendo la de Arturo Puig (más identificado con las telenovelas de la tarde que con el cine), y destacándose como siempre Carlos Carella, uno de los mejores actores que ha dado la pantalla argentina.

He visto muchísimas películas de cine negro y esta es, sin dudas, la que más me ha gustado. A la trama y desarrollo impecables se suma la figura del pequeñín (aunque gigantesco) Edward G. Robinson, quien actuando como gángster, detective o intrascendente hombrecillo (como aquí) siempre nos muestra su inconmensurable talento.
Imposible no sentir empatía con ese personaje infeliz y maltratado por una vida gris que cree encontrar un poco de felicidad. Imposible no sentir un sabor amargo con su desventura.
Brillante de principio a fin. Si hay algún punto débil, Dan Duryea no es el actor más convincente, pero es tan buena la película que su mediocre actuación pasa desapercibida. Una joya.

El argumento es conocido: hombres ricos, corruptos y poderosos que manejan gangsters malísimos y sanguinarios frente al hombre de ley intachable y más interesado en hacer justicia que en su propia vida.
Con estos simples parámetros se han hecho buenas películas, pero esta es simplemente regular: el desarrollo es bastante arrebatado, la resolución apresurada y le falta suspenso y sorpresa.
Se deja ver pero no es realmente entretenida. La actuación de Edward G. Robinson insuperable como siempre.

Aunque para muchos sea un gran ejemplo de cine negro, me pareció sobrevalorada. La trama tiene muchos baches, nunca logra crear un buen clima de suspenso y por momentos hasta tiende a tornarse aburrida.
Bogart bien como siempre, pero sin brillar en esta ocasión, y Mary Astor no encaja en su rol de mujer fatal. Se deja ver, pero dentro de un género con tantas buenas películas termina siendo una obra menor.