No lo entiendo. No señor. No alcanzo a comprender por qué no se habla más de esta película mientras otras con la mitad de fuste —no daré nombres— son adoradas por el pueblo a los pies del Sinaí.

Calles de Nueva York. Años setenta. Un policía que se siente un outsider entre sus compañeros: le gusta la bohemia, vive en Greenwich Village, lleva el pelo largo y barba. Pero es condenadamente bueno en su trabajo. Y a ratos parece el único tipo honrado en la ciudad de los rascacielos. Una peligrosa mezcla que va minando su vida personal y su cordura.

En esta elegante película no sobra nada, todo está al servicio de una historia (sobria pero eficaz) que en ningún momento pierde interés. Lummet le da la textura adecuada, la imagen es perfecta, verosímil, real. Y Pacino, claro. Pacino, señores, reina por todo lo alto.

Serpico, o cuando el cine funciona.

Buena película de King Vidor rodada justo después de "Duelo al sol". Narra las vicisitudes de un arquitecto (Gary Cooper) que lucha contra el conformismo de sus colegas de profesión y, en general, contra el -mal- gusto imperante y la falta de principios (o, mejor dicho, de gente fiel a sus principios).

La película empieza con un ritmo endiablado y está repleta de frases que se clavan como dagas. Elegante, veloz y hecha en una época en la que se contaba con la inteligencia del espectador (benditas elipsis).

El dueño del periódico es uno de los personajes definitivos de este negocio (y bajo su retrato hay una ácida crítica al periodismo y al manejo de la opinión pública de lo más certero... y gracioso). El vestuario y los decorados de esta película son excelentes (el despacho del mencionado director es digno de cualquier cómic de superhéroes). Y luego está la ciudad de Nueva York, claro. Y esos años en los que la gente llevaba siempre sombrero.

También hay historia de amor, cuyos detalles no desvelaré pero que a partir de cierto punto del metraje va perdiendo fuelle.

Lo que claramente sobra es la larga soflama en la escena del juicio. En ella el personaje interpretado por Gary Cooper apuesta por el individuo como valor supremo (y por la creatividad y el estilo frente a los dictados de "la sociedad"); la cosa queda demasiado teatral y grandilocuente (además de lo discutible del fondo de la cuestión).

Sin esa intervención ideológico-política estaríamos hablando de una obra maestra. Debido al discursito de marras, me veo obligado a calificarla de notable.

Qué lujo de programa tienes, Garci.

Salud.