La Historia convierte a veces a sus protagonistas en marionetas y esta película acierta en el relato de uno de estos casos. Y lo hace con ambición, evitando una lectura plana y apostando por la trimensionalidad que nos ofrecen las distintas lecturas que podemos seguir a la hora de abordar la historia, thriller, drama, suspense …, y siempre sin alejarse del cine político e histórico. Es decisión del espectador qué lectura prefiere hacer ,cualquiera de ella le resultará gratificante.

Destaca la brillante factura técnica, la impecable recreación de la época y una fotografía delicada y llena de matices, todo al servicio de un guión construido con un ritmo que no da respiro y que consigue que la tensión no deje de crecer hasta el último plano, todo ello a pesar que supuestamente conocemos el desenlace de la historia. También se agradece que, tratándose de un terma ideológicamente tan resbaladizo, el guión no recurra a posicionamientos maniqueos, morales o partidistas.

Es poco común el acierto con que los actores recrean sus personajes y la forma en que se complementan en una película coral y cruzada por acentos de procedencias muy opuestas; en aquellos años México DF era como una especie de Casablanca americana, llena de refugiados de todo el mundo (en especial españoles, pero también rusos, franceses, alemanes,..), espías de cualquier lugar, aventureros, idealistas, sindicalistas … todos ellos conviviendo con la rica y exuberante población del propio país. A destacar el perfil bien afilado y dibujado de multitud de pequeños papeles que aparecen en esta historia, Robins, el Capitán, Ruby, Otto, consiguiendo alguno de ellos transmitir una gran carga de humanidad y empatía en sus breves apariciones.

Una de las mejores películas en su género que se ha estrenado últimamente y narrada con un rigor y firmeza inusuales.

Imposible ver La juventud sin pensar en la anterior película de Sorrentino, si en aquella se atrevía a recrear una Dolce Vita del siglo XXI, en esta centra su discurso en lo que se preconizaba en el final de La gran belleza: la proximidad de la muerte y el final de la fiesta.

El vehículo vuelve a ser el mismo, el espectáculo visual y sonoro, la torrencial fuerza de alguna imágenes, la intensidad y gracia de sus personajes principales y multitud de apuntes de otros personajes menores pero en muchos casos igualmente memorables.

Las referencias, explícitas, a Fellini también se repiten en esta cinta, pero ahora da la sensación que ha perdido frescura y en alguna ocasión tiene el sabor de un plato recalentado. Salvando estos bajones, la película mantiene un nivel espléndido y consigue no decaer en ningún momento, dejando para el final algunas cargas de profundidad que ayudan a que su recuerdo perdure y se acreciente con el tiempo.

Dentro del largo reparto hay que destacar a Michael Caine que impresiona por la dignidad que impone a la decadencia de su personaje y el humor que comunica a la devastación a la que se tiene que enfrentar en algunas escenas. Como contrapunto a esa decadencia está Rachel Weisz y su espléndida plenitud, es el espejo que devuelve la vida que se escapa.

Lo mejor de la película es que sabe contar sin juzgar, habla de lo terrible sin alejarse de lo humanidad más sencilla y vital. Vadea los tremendismos para apostar por al sencillez y la frescura. Y no es fácil en una película en que lo fácil sería alimentar los tópicos más básicos y maniqueos.
Al margen del guión, que ya establece un lenguaje y un tratamiento de lo que cuenta. La cámara tiene la habilidad de dejar suelto lo que fotografía, no acotarlo, no acorralarlo, limitarse a seguir los acontecimientos como si estos sucediesen de forma espontánea, y esa es la sensación que consigue transmitir. También ayuda la luminosidad con que seguimos a las jóvenes protagonistas, siempre lejos del tenebrismo o del subrayado fotográfico que podría haber servido para alimentar el drama.
Este contraste entre la luminosidad formal y la oscuridad de l historia consigue un contraste anímico que la hace más intensa y verdadera. Una sorpresa inesperada.
El único pero reseñable es un exceso de buenismo en algunos personajes que les hace parecer impostados y faltos de credibilidad.

Detrás de su apariencia modesta se oculta una película importante. Una pequeña obra maestra que consigue convertir su aparente sencillez en su mejor baza.

Construida de forma minuciosa, utiliza una expresividad sutil y delicada que mima el encuadre y la luz, fotografiada en un austero blanco y negro. Esa caligrafía cuidada en su escritura se convierte en parte esencial de su discurso hasta conseguir que forma y contenido vayan unidos de forma indisociable.

La historia se va convirtiendo en una indagación sobre el horror del pasado y en testimonio de un presente que ha ido perdiendo todos sus valores. En medio de esa encrucijada se encuentran las dos mujeres que nos guían en ese viaje. Furiosamente antagónicas, las dos se enfrenta a un futuro inmediato que resolverán de forma drásticamente diferente.

Un viaje en que lo más importante son las miradas y los silencios. Los rostros de las dos protagonistas son suficientes para guiarnos en el laberinto por el que las dos mujeres transitan. Es una confrontación entre presente y pasado que terminará determinando el futuro inesperado de las dos mujeres. Entre la esperanza y el desencanto.

Ida retrata el horror y la vacuidad de forma magistral y delicada. Y lo hace apostando por una austeridad a la que exprime hasta conseguir comunicar todo un mundo lleno de matices y sugerencias.

Tiene un arranque potente que sitúa con fuerza el conflicto de lo que será la historia. En esa primera parte es cuando juega sus mejores bazas: la presentación de esa sociedad puritana que se va estableciendo en un territorio primitivo e inhóspito de lo que en aquel momento era el Nuevo Mundo. Es en todo ese largo inicio donde la película promete una historia diferente, una reformulación de los códigos del cine de terror psicológico.

A ese buen arranque hay que añadirle unas logradas interpretaciones en un reparto de caras poco conocidas que ayudan a hacer más creíbles a unos personajes que parecen perdidos en la nada. Todo crece de forma sugerente e inquietante hasta que en el desarrollo de la historia se llega a un punto en que se establece un dilema a resolver, el verdadero terror está en nuestros miedos o hay un mundo diabólico real que nos acecha y nos ataca al margen de lo que hagamos o pensemos. La película establece una lógica que se alimenta de la primera opción, son nuestros miedos y los dogmatismos religiosos los que alimentan todo tipo de peligros y terrores. Pero da la sensación que los guionistas miden mal sus fuerzas y se meten en un callejón sin salida, se les terminan los recursos y echan mano de lo que hasta ese momento habían conseguido evitar: los tópicos.
De todas formas la película se ve bien y tiene suficientes valores narrativos y estéticos como para que valga la pena ir a verla.