Los que más sabían de cine eran los chavales nacidos en los años 40. Los que iban al cine todas las semanas, cuando ir al cine no era un artículo de lujo (en breve, como vaticina mi hermano Raúl, de superlujo). Ellos sabían qué pelis conectaban y cuáles no. Con estas últimas, mi setentón padre es categórico: UN PLOMO. Por pesada, claro. Y La Cordillera es un gran plomo. Y eso que empieza bastante bien, con una visión humanizada de la política que te engancha, que te hace pensar. A la media hora o así enseña la patita con un amago de thriller que interesa, y que nunca se consuma, y con otro amago de drama que tampoco llega a ningún lado. Al final no hay nada. Nada de nada. No hay thriller, no hay drama, no hay política. Solo bellos paisajes y un Christian Slater conservado en formol. Bueno, claro, y un Ricardo Darín tan bien como siempre, eso casi ni se menciona. Elena Anaya aparece, directamente, impuesta por Warner, la misma productora que nos impone cobrarnos 6€ en los Verdi. La taquillera lo advierte con voz de Robocop: "Esta película es de Warner y cuesta 6€". "¿Es más barata por ser de Warner?", pregunto yo. "Es más cara por ser de Warner", responde ella con desgana. Bastante paradójico dado el contenido imperialista/antimperialista, no se sabe muy bien, del filme. Los suspiros de agotamiento que daban las señoras que teníamos detrás son el mejor resumen de la película. Agotadora. Cuando aparecieron los títulos de crédito se notó en el ambiente una curiosa mezcla de sorpresa, estupor, risa nerviosa y alivio. Y termino ya, que me enredo contagiado por esta película. Lo peor: el lacón a la gallega que nos comimos a la salida. La vida nos enseñó que hay cosas peores que una mala película. Lo mejor: la exquisita compañía.

Entre las muchas frases geniales de Billy Wilder hay una que le vine fetén a esta mier... película: "Yo también tengo diez mandamientos, y los nueve primeros son: No aburrirás". Y yo añadiría una frase mía: "En esta vida se puede ser de todo menos pesao". Puedes contar lo que quieras, una historia de miedo, de pena, de acción, de perros, de feminismo, de lo que quieras. Si sabes poner la cámara en el sitio correcto y los actores dicen cosas interesantes y creíbles... ¡PUM! La magia del cine sale solita. Pero cuando eres un aburrevacas, un cansalmas, ir al cine es la muerte a pellizcos. Poco puedo decir de esta película salvo que mi novia y yo nos quedamos dormidos en el cine, y cuando nos despertó el dolor de cuello nos fuimos, sin esperar a que acabase esta tortura china de la gota disfrazada de película.

Estaba yo un poco mustio últimamente porque las dos últimas pelis que había visto eran españolas y también de juzgado de guardia: "Todos lo saben" por lenta e intrascendente y "El Bar", que es un despropósito tan grande que se te quitan las ganas hasta de hacer una crítica. Pero aún no había perdido yo la fe en el Cine Español con películas como "Que Dios nos perdone" y por eso le tenía muchas ganas a El Reino, de Sorogoyen y... ¡QUÉ PELICULÓN!, perdón por mis mayúsculas, pero he tenido que quitar el taco de emoción porque no me la publicaban. Qué maravillosa experiencia cuando estás en el cine y guión-interpretación-dirección-música-montaje, TODO, funciona como una maquinaria de precisión. Qué maravilla ver personas y no personajes, que te den una de cal y otra de arena, que no te intenten vender ninguna moto ideológica, que te muestren lo que hay de la manera más atractiva posible. Qué maravilla es ver a tanto actor en estado de gracia. He leído por ahí que esta película "además de magnífica es necesaria", y yo añadiría, que más española imposible. Para lo bueno y para lo malo. La película es tan absorbente que se me olvidaron los subtítulos en inglés que ponen en los Cines Verdi (¿¡WTF!?). Mención especial para esa banda sonora de tecno (valenciano, imagino) que te atrapa y te va metiendo en una espiral de miedo y corrupción difícil de olvidar.

Si coges cualquier género cinematográfico y lo llevas al extremo corres el peligro de provocar el efecto contrario. A mi esta película, por ejemplo, me resulta tan, tan, tan dramática que me da hasta la risa. El catálogo de penalidades que sufren los protagonistas es digno, como ya ha comentado con acierto un Filmaffiner, de "Justine y los infortunios de la Virtud". Y, ciertamente, llega un momento en que la película parece estar dirigida por el mismísimo Marqués de Sade. En el apartado de las cosas buenas: una estructura narrativa muy interesante que, eso sí, hubiera lucido mucho más sin tanta truculencia.