Tras ver una película, me gusta leer las críticas de otras personas, que por norma general me suelen parecer interesantes o correctas. Estupefacta me quedé tras leer que a esta película se la cubre de halagos, porque no creo haber visto la misma película de la que se habla en estas páginas.
Esta película ni tiene nada fresco que aportar, ni tiene nada interesante que contar. Ni hacerse el alternativo bohemio para encontrarle significado merece la pena. Un desfile de planos soporíferos (con una fotografía muy cuidada, eso sí, quizá sea lo único que me haya gustado), diálogos inconexos, personajes aburridos y sin trasfondo alguno, y en general un ritmo absurdo e innecesariamente lento (que si todavía lo que estuviera contando fuese interesante, el ritmo lento no me molestaría, pero es que aquí es insoportable). Podría haber durado 10 minutos y sería infinitamente mejor. Lo único que he disfrutado de los 80 minutos son los ratos en los que me he quedado dormida. Una pena que haya querido prestarle un mínimo de atención para al menos poder juzgarla con propiedad, porque estos 80 minutos los podría haber invertido infinitamente mejor haciendo literalmente cualquier otra cosa.

En los algo más de 90 minutos que dura no se me ha ido el nudo en el estómago. No me ha importado no encontrarme un guión cargado de significado; el aire cotidiano de la película, que simplemente se muestre a dos niñas jugando inocentemente, o a un abuelo atándole los cordones a su nieta, transmite perfectamente el sentido de la película y no creo que tenga sentido criticarla por lo que no es, sino centrarse en sus virtudes. Cada conversación, cada escena, cada momento de la película está cargado de la incertidumbre de una niña tratando de comprender el mundo, la muerte, los cambios que está sufriendo y que están totalmente fuera de su alcance. No esperaba unos giros de guión que me dejaran sin aliento, esperaba una película que me conmoviera y a mi gusto Carla Simón lo conseguido magistralmente.