Puede que mi valoración a esta serie esté condicionada por la debilidad que tengo por Brenda Blethyn. Desde que vi Secretos y mentiras he analizado todos sus trabajos con la intención de comprobar si encajaba en otros papeles. Y lo cierto es que la mujer parecía algo encasillada en obras como Funerarias S.A., Little Voice y algo menos en El jardín de la alegría.

En Vera trata de desvincularse de esa imagen de mujer débil maltratada por el entorno. Se vuelve ruda y marimandona, pero mantiene un punto antisocial y, sobre todo, entrañable. Y aquí me surge de nuevo la duda de saber si ese rol es provocado o es que simplemente no lo puede evitar. Y es que a veces, Vera Stanhope tiene esa mirada y ese leve tembleque en su cabeza que me lleva a Cynthia Rose Purley (su papel en Secretos).

Con todo, la serie en sí me parece sublime. Guiones muy bien pensados que convierten cada capítulo casi en una película (duran cerca de 90 minutos) aunque me rechinan ciertos momentos sensibleros que no terminan de encajar con la personalidad de la experimentada detective. Los paisajes merecen mucho la pena. Y si tienes curiosidad por el idioma de Shakespeare, podrás descubrir cuán cerrado es el acento de Northumberland y el Norte de Inglaterra en general.

Desde el minuto uno hay un error garrafal: y es que el término “asesino en serie” no se empleó hasta los años 70. A partir de ahí, la serie es un despropósito de clichés sin gracia, escenas de acción de las que dan vergüenza ajena y otras ñoñas que no cuadran. Lo único que la salva son los giros de guion, pero a qué precio...

La venden como una serie en la que hay humor, pero yo no se lo encuentro. Dejémoslo en un intento de comedia mezclada con thriller porque hay una muerta de por medio. También nos dicen que hay crítica social amparada en varios clichés mil veces vistos. Familia rica vs todos los demás con politiqueo otra vez de por medio. La diferencia es que las protagonistas son dos limpiadoras que se quedan en la calle (esto no es crítica social). Para más inri una es inmigrante y otra gitana lesbiana. También hay mafia rusa, policías que se extralimitan y exmarido cansino.

Con todo esto: ¿merece la pena verla? La respuesta depende de lo que esperes de ella. Si es mucho, te defraudará. Y si es poco, al menos te entretendrá. Al menos no hay actores inexpresivos ni ninguno que chirríe demasiado. La música mola también. Y bueno, está ambientada en Alicante, así que salimos de las ciudades de siempre.

Una serie de ocho capítulos que bien podría resumirse en una peli de noventa minutos. De hecho, a veces tienes la sensación de estar viendo un filme en vez de una temporada entera. Para pasar de hora y media a ocho, se recurren a secundarios con más o menos suerte, pues algunos están bien, otros sobran, y otros son meros clichés que parece que hay que poner en todas y cada una de las series españolas.

Pretende ir más de comedia pura que de una con tintes romántico-ñoños, y lo cierto es que hay algunos golpes que te hacen soltar una carcajada. Sin embargo, la cursilería sale a flote aunque el desdén de la protagonista femenina y la arrogancia del prota masculino traten de enmascararlo.

Engancha en el primer capítulo y te mantiene en vilo hasta más o menos la mitad de la temporada. Luego se convierte en una comedia de enredo en el sentido más literal del término, para acabar con los dos últimos dándote cuenta de que se ha alargado artificialmente. De no haber sido por estos, mi nota probablemente sería más alta.

¡Y es una pena!

Aún estoy en shock tras descubrir que la tercera temporada de Home Fires no iba a existir. Y es que ha sido una experiencia corta, pero muy intensa. Y así definiría la serie, pues se nos presentan muchas tramas que no dejan lugar al aburrimiento ni a querer despistarte un segundo de la pantalla.

Es verdad que tiene ese regusto a comedia en la que todo siempre acaba bien, y las pequeñas tragedias que van surgiendo se resuelven tal como uno espera. Suena a predecible, y en cierto modo lo es, pero las grandes interpretaciones y la conexión entre los actores hacen que se le perdone casi todo... ¡salvo dejarla inacabada!