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Críticas de August Strindberg
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
La princesa Mononoke
Japón1997
8,0
70.691
Animación
6
15 de abril de 2019
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estudio Ghibli es hoy día a las películas de animación lo que Dalí o Picasso fueron en su momento al mundo del arte. Tratando temas que no podían estar más a la orden del día (la relación del hombre con la Naturaleza que le rodea, la avaricia que nos hace olvidar los sentimientos de empatía hacia el resto de personas, la necesidad de recuperar una vida más sencilla y apacible, etc.) ha conseguido encandilar a un público variopinto, formado tanto por jóvenes lactantes como por intelectuales sobrecafeinados.

Las películas de estudio Ghibli no son, hablando en términos modernos, un “producto de consumo”. Su objetivo es hacernos mirar el mundo con nuevos ojos, con una renovada pureza y hacer que la parte de nosotros que añora la Naturaleza y el Amor se sienta un poco menos sola.

Lo único que es una lástima es que todavía estudio Ghibli no haya conseguido transmitirme ninguna de esas cosas con sus películas.

“¿Pero acaso no te parece hermoso la pureza del amor de Ashitaka?” Pues la verdad…
“¿No es triste la forma en que el mundo del dios Ciervo se pierde por culpa de los hombres?” Sí, triste es, … pero …

Lo cierto es que a la mitad de la película, perdí ya casi todo mi interés en ella. A los tres cuartos, pensaba en qué película vería al día siguiente para quitarme el regusto a decepción. Cuando llegó el final, lo que sentí sólo puede describirse como alivio.

Una película de Ghibli es un globo lleno de buenas intenciones. Es como un jersey precioso que te regalan por Navidad pero que te queda pequeño por tres tallas. Aun así, haces el esfuerzo, coges aire y te metes dentro. Ante las sonrisas de todo el mundo, que están orgullosos de haberte hecho ese regalo tan bonito y que lo disfrutes, tú, medio asfixiado, sientes la obligación complacerles devolviéndoles sus guiños y sonrisas mientras cuentas para tus adentros cada segundo que falta antes de poder mandar el regalo (y a ellos) al garete.

Hoy día sé que no soy el único en verlo así, pero hasta hace poco me sentía bastante acomplejado acomplejado al respecto. Vi muchas películas de estudio Ghibli buscando y rebuscando en ellas como un minero del carbón, poniendo lo mejor de mi parte y sacando de cada nuevo intento una nueva decepción. Por desgracia, siempre había alguien allí para decirme “¿Pero cuáles te has visto? Ah, bueno, es que mi preferida de Ghibli no es esa, es <Inserte aquí un título desconocido para el neófito>. ¡Míratela, seguro que te gusta más!” Y yo, inocente, me erguía de nuevo, parpadeaba incrédulo tres o cuatro veces, y, finalmente, recuperada de nuevo la esperanza, al borde de la euforia, apuntaba en mi cuaderno el título, pensando que por fin iba a encontrar mi película preferida de Ghibli.

La última vez que fui tentado de esta manera terminé viendo “La princesa Mononoke”. El resultado fue exactamente idéntico. Luego llegó alguien recomendándome “El Castillo ambulante”, si no recuerdo mal, y vuelta a empezar.

Estudio Ghibli es hoy día a la animación lo que Jesucristo a la religión occidental.

Sólo que Jesucristo se dejó tentar una sola vez y ya para el final, mientras que yo me dejo tentar todos los fines de semana.
August Strindberg
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5
12 de octubre de 2019
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Volverá Woody a hacer una película al nivel de sus antiguas obras, no ya quizás como Annie Hall o Manhattan (pues nadie puede exigirle a otra persona hacer no ya tres ni dos, sino siquiera una obra maestra a ese nivel), pero al menos una película de esas que se guardan como pequeñas joyas, a las que uno vuelve con los años y que comentas y recuerdas con tus amigos, con tu novia o en las noches de duermevela con tu otro yo, ese que apenas sale más que cuando asoma la luna?

Recapacitando, creo que Woody Allen, al contrario de lo que viene haciendo, no ha conseguido una película demasiado buena ni para una primera cita. ¿Por qué? Porque no es de esas películas que unen a la gente que las ve. Es graciosa, pero flojea. Es personal, pero también forzada. Es una película de Woody Allen sin Woody Allen, el recuerdo de un recuerdo que se desvanece, el espectro de otras películas, sólo que esta vez sin ese humor luminoso, sin ese aura íntima, más llena de frialdad y de chascarrillos que nunca, de superficialidad y de tedio. Últimamente Woody destila cierto romanticismo exagerado pero esperanzador, pero también ha perdido eso. Es una película tediosa que sólo puede encajar en una tarde de tedio.

Y sin embargo, todos los fans de Woody disfrutamos un poco de lo que a éste le queda por dar. Tenemos cierta absurda esperanza, quizás. Echamos un poco de menos verle en sus películas, o ver a alguien que haga de su personaje, el neurótico neoyorquino que pasea en coche de caballos por Central Park (como Manhattan) o huye de la lluvia repentina para refugiarse en el planetario nada menos que con la novia de su amigo, por la que está empezando a sentir algo (¿hemos olvidado esa escena de Annie?). ¡Incluso para nosotros, los gafapasta, fue una alegría verle en una película "tonta" como Scoop, a ese pequeño titán del celuloide!

Con todo, cierta alegría y cierta decepción se mezclan al salir del cine. Pero vamos, seguimos yendo, porque al fin y al cabo queremos dar respuesta a la pregunta que sigue y seguirá cada año en pié:

¿Qué le queda por dar a Woody Allen?
August Strindberg
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9
9 de mayo de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un lugar, dos historias.

Esa es la premisa de esta película. Todo se desarrolla alrededor del Midnight Express, junto a sus ensaladas y sus bocadillos de atún, junto a las luces de neón que anuncian nombres exóticos y rebajas imposibles, junto a los mismos vendedores (o casi los mismos), los mismos cocineros y los mismos clientes. Nunca nos alejamos mucho de ellos: lo más lejos a donde podemos llegar es una casa al final de la calle, pero tan pequeña, tan estrecha y tan maltrecha que cuesta diferenciarla de las calles abarrotadas de Hong Kong.

Lo que repele a mucha gente de esta película (y lo que nos enamoró a otros) es su tendencia a la repetición. Los escenarios y las canciones se repiten innumerables veces hasta rozar la esquizofrenia (y a veces más allá); pero no solo eso, sino que las dos historias que nos cuenta también se parecen entre sí, de tal manera que, tras unas semanas, es difícil diferenciarlas: los argumentos se mezclan y confunden hasta tal punto que, cuando uno vuelve a ver la película, le parece otra película totalmente distinta a la que recordaba. Y sí, la volveréis a ver una, dos, decenas de veces, porque esta película tiene un algo… un algo que voy a intentar aclararos.

¿Queréis de verdad saber qué es lo que tiene la película? Bueno, podría hablar de la exquisita composición de las escenas, de la magia de la cámara de Chris Doyle (el cual, por cierto, también tiene alguna película en solitario que merece la pena cotillear), la divina y obsesiva estética de Kar Wai, de las luces de neón que se derriten, se difuminan como tinta en papel secante sobre la pantalla; podría hablar de las maravillosas actuaciones, de esos actores semidesconocidos que quedarán en nuestra memoria para siempre; podría hablar de otras películas de Kar Wai, de su universo, de su lenguaje…

Pero la verdad es que prefiero hablar de las ganas que me han entrado de ir a Hong Kong, de vivir sus calles, su comida, su cultura, sus luces. Prefiero hablar de sensaciones y de emociones, porque esta película provoca algo en nosotros: nos hace darnos cuenta de la importancia de los lugares donde se desarrollan las cosas, de esas pequeñas historias que quedan detrás de donde pasa la gente.

¿He dicho que la película tiene un lugar y dos historias? Mentí como un bellaco. La película no está formada por dos historias de amor: son de hecho decenas, cientos de historias mínimas que han quedado prendadas en las paredes, como fotografías invisibles que sólo los implicados (y, claro está, el espectador) pueden apreciar. Ése es el tema de la película, y no otro: la vida que tienen las cosas, o dicho de otra manera, la parte de nosotros que no nos pertenece, porque pertenece al mundo, y que dejamos en el mundo sin darnos cuenta para que otros recojan.

Y esta es mi última confesión sobre la película. Lo demás se lo dejo a ustedes: descúbranla, denle una oportunidad, enamórense, porque esta película es lo que se merece.
August Strindberg
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5
29 de agosto de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine debe su existencia principalmente a la síntesis de dos formas de arte: el teatro y la fotografía. Pueden analizarse los elementos de una película atendiendo a los componentes originales de ambas (acción, arco dramático, actuación; o bien, iluminación, composición estética, etc.) además de algunos otros peculiares del cine (el ritmo de las imágenes y secuencias o el movimiento de la cámara). Atendiendo únicamente a esto, Room recibiría una valoración bastante positiva. A eso se añade que su valor comercial es también muy alto: cuenta con una buena estructura, una historia con gancho, incluso podría decirse que es “muy realista” (tengo la teoría de que cuando alguien dice que una película es “muy realista” quiere decir realmente "amargante", independientemente de la “realidad” que sostenga a la película, normalmente una historieta hollywoodiense del más alto grado; sea o no, yo lo uso en ese sentido).

Pero "Room ante el cine" no pretende eso.

Una vez leí que para Ravel sólo existía una única forma de arte, de la cual la música, la poesía, la pintura y las subsiguientes ramas no eran sino las manifestaciones posibles de esa absoluta sensibilidad artística. Así pues, esto supone que hay algo común, un entorno o un aura que agrupa artistas y aficionados al arte de cualquier tipo, quizás una sensación de búsqueda, el deseo de profundizar, de mirar lo que nos rodea de una forma más intensa, de vivir más cosas que las que la superficie nos ofrece, llegando así hasta nuevas capas de la experiencia, capas en las que la realidad se haga más presente, puesto que la realidad siempre subyace al acontecer concreto, y no se trata de un hecho sino más bien un punto de mira, una atalaya desde la cual los acontecimientos cobran un sentido que nosotros podamos, si no comprender, al menos admirar. Creo que cuando un arte como el cine puede descubrir así una nueva capa de la realidad, entonces sucede que la película, hablando comúnmente, “nos dice algo”, es decir, se establece una comunicación; pero lo que nos dice no es una orden o un dictado, algo brusco y cerrado - la comunicación artística no nos impone sus límites, sino que nos arrastra fuera de ellos, nos lleva a contemplar una nueva posibilidad de experiencia, a reflexionar sobre ella. Pero para que se nos “diga algo” hemos de estar presentes en la película, ha de haber algo que nos vincule con lo que sucede en el arte para que arte y vida no sean dos líquidos inmiscibles, para que el arte no quede como una mera abstracción de la vida sin nada que añadir.

Room en este sentido podría decirse que es una película “abstracta”, no porque presente ideas reflexivas sobre la vida, como lo hacen las de Bergman o Tarkovsky, en cuyo caso “abstracto” significa tanto como "profundo" o, incluso, "real", sino que Room es abstracta precisamente por carecer de ideas, porque no busca acercarse al espectador, solamente quiere entretenerlo, dejarlo un rato pasmado ante un hecho más bien impactante pero que, ciertamente, no revela nada nuevo al que la ve, salvo que no sea de conocimiento popular que los raptores son malos y que las víctimas son desgraciadas.

Tal vez sea esta una crítica muy genérica, porque me refiero poco a la película en particular y mucho al arte o al cine en general; pero probablemente una crítica genérica sea lo mejor para una película genérica, que se olvidaría fácilmente si no fuese porque se trata de un género (llámese “películas intrascendentes”) que hoy abunda en demasía. Dar la sensación de que el mundo es horrible (el susodicho “realismo”) para salir después a la calle y que el espectador pueda pensar en lo bien que vive, en que el primer mundo es la bomba (salvo cuando uno de esos incivilizados pone alguna de verdad en sus paradisíacos países, pero a eso no se le puede hacer nada más que confiar en las grandes potencias capitalistas) y que, qué cojones, uno se merece un helado después de haber visto tanto sufrimiento junto y antes de volver a la rutina: el planchado (malo), la ropa sucia (mala), la televisión (buena, pero con el tiempo cansa hasta al más necio), y la vida cotidiana en general, donde se diluyen todas las películas con tan poco peso como Room cual humo de cigarrillo frente a tubo de escape Volkswagen.

Lo mejor de la peli: aunque sea floja, la verdad es que el helado de limón está más rico después de una catarsis.
August Strindberg
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Notebook on Cities and Clothes
Documental
Alemania del Oeste (RFA)1989
6,8
178
Documental, Intervenciones de: Wim Wenders, Yohji Yamamoto
7
26 de octubre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según la sinopsis de Filmaffinity, está película trata de un diseñador japonés llamado Yohji Yamamoto, creador incansable de magníficas obras estilísticas y representante universal de la moda japonesa.

Sabiendo esto, no podía evitar dejar de preguntarme: “¿de verdad estoy viendo una película de Wim Wenders sobre un diseñador japonés?”

Y no, no es que me sorprenda interesándome por el mundo de la moda, no he llegado aún a ese nivel de snobismo (aunque quizás esté de camino), sino que de verdad no sé si esa es la trama de la película. Más bien, parece que Wim Wenders haya hecho una película sobre… bueno, sobre el propio Wim Wenders.

Con un gusto casi onanístico por la voz en off, Wenders crea una película a partir de sus propias cavilaciones, sacando comentarios y reflexiones como conejos de esa chistera donde guarda todos sus intereses y preocupaciones socio-filosóficas (una chistera bastante grande, todo sea dicho). Si por algún casual uno descubre algo sobre la vida u obra del diseñador Yohji Yamamoto, ha de atribuirse a una mera coincidencia o a un fallo de edición, o quizás a que faltaba metraje para rellenar. El (supuesto) protagonista Yamamoto no parece tener demasiada relevancia para el guionista, director y editor de este filme.

Sin embargo, ¿quién se lo puede reprochar al bueno de Wim? Parece que algún tipo de fuerza u orgullo obligue a Wim a dejarse la piel en cada película que hace. Nos va a hablar de la relación del hombre con su pasado, con la historia de su país y con su propia historia, que es también la de sus padres y la de los lugares que ha habitado; nos va subyugar con su conocimiento de la fotografía y el cine, de la poesía y la sociología, de la vida y la muerte, dejándonos una lista de referencias que consultar y en la que demorarnos largo tiempo después de ver la película; nos deleitará también con un montaje único y excéntrico, pero al mismo tiempo adecuado, sugerente, poético, algo que, siendo tan propio de él, no nos deja de sorprender.

Sí, es verdad que la película tiene sus altibajos. Yamamoto no es el ser más expresivo de este universo, y Wenders no hace nada por maquillar este hecho. Parece que meter tomas de sus entrevistas forma parte del contrato, y que si fuese por Wim la película sería muy distinta (y probablemente mucho mejor), en la cual si apareciese algún Yamamoto seguramente sería un taxista medio moribundo o un camarero trasnochado de algún bar con luces de neón.

Pero ¡qué le vamos a hacer! Aun con todo, la película merece verse, es disfrutable y más que disfrutable – memorable, diría yo. Y como el propio Wenders dice, la mejor escena se deja para el final de la película, así que una vez puesta, toca aguantar hasta el final, para así contemplar (con los ojos prestados de Wim) la belleza poética que a veces esconden los instantes más insospechados de nuestra vida.
August Strindberg
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