Por sus protagonistas,
Por el cartel,
Por la banda sonora,
Por la simplicidad del argumento,
Por la complejidad de los personajes,
Por profundidad de sus pensamientos,
Por las sonrisas de Julie Delpy,
Por la picardía de Ethan Hawke,
Por Viena, la nueva ciudad eterna,
Por la escena del tren,
Por los libros de Jesse y Céline,
Por la abuela de Céline,
Por la niñez de Jesse,
Por la precipitación de los acontecimientos,
Por el puente,
Por los actores,
Por la vaca de la obra,
Por el cuestionario en el metro,
Por el primer amor de Céline,
Por miss Julio del 78,
Por la tensión sexual en la cabina de discos,
Por la canción de Kath Bloom,
Por la escena del cementerio,
Por las miradas furtivas,
Por las caricias,
Por los juegos,
Por la noria,
Por el primer beso,
Por la pasión,
Por la feria,
Por la adivina,
Por la bailarina,
Por la conversación en el callejón,
Por la escena de la Catedral,
Por la boda cuáquera,
Por el pub,
Por el pinball,
Por el poeta callejero,
Por las confesiones,
Por la conversación telefónica fingida,
Por el pelo grasiento de Jesse,
Por la escena del barco,
Por las dudas,
Por el vino en el parque,
Por la primera vez,
Por el baile al son del clavicordio,
Por la fotografía,
Por el amanecer,
Por la promesa de un nuevo reecuentro,
Por el final,
Por el amor,
Por la ilusión,
Por inspirar mi vida.

Por todo eso y más, mil gracias.

Mejor que la primera, le pese a quien le pese. Esta segunda versión de Sydney Pollack (que para mí ya es una historia independiente de la de Billy Wilder) me pareció mucho más romántica, divertida y creíble, aunque tal vez sea porque nunca me he terminado de creer a Humphrey Bogart enamorado hasta las trancas de Audrey Hepburn. Aunque es uno de mis actores favoritos, sin duda creo que deberían haber escogido a otro actor, porque a mí no me pega ni con cola.
Pero ¿qué queréis que os diga? A mi la Sabrina de 1995 me dejó encantada, y al final lloraba y reía al mismo tiempo, emocionada. Incluso la noche que la vi soñé con ella.
El Linus Larrabee de Harrison Ford sencillamente me enamoró. Ese hombre maduro, adicto al trabajo que aparentemente tiene todo lo que necesita, salvo una cosa: amar con todo su corazón. Aunque no lo diga, todos, incluido él, necesitamos amor. Los Beatles tenían razón.
Hasta Greg Kinnear, a pesar de sus apariciones en "Mamá de alquier" y "La última canción", se ganó todos mis respetos con el papel del idealista y enamoradizo David Larrabee.
Una bella prueba de que el amor puede surgir en cualquier momento, seamos quienes seamos y pertenezcamos a donde pertenezcamos.

Sin duda mi frase favorita del filme. Los adultos muchas veces relacionan la infancia con Peter Pan. Y en algunos casos, es cierto. Puede que Peter sea narcisista y arrogante, pero aún así, es un icono para muchos niños y niñas. Puede ser también que al enamorarte pierdas tu infancia, pero el amor entre Peter y Wendy es diferente. Es inocente y entrañable. Nunca habrá otro igual. Ella creció, se casó y tuvo hijos. Él no. Permaneció siendo niño para siempre. Y a pesar de todo, ella siguió creyendo en él. No deberían confíar en aquel dicho tan poco acertado que dice: "Si no lo veo, no lo creo".
A cualquier adulto le pudo haber gustado cuando era pequeño, y ahora pensar que es para críos. Pues se equivocan; "Peter Pan" es un clásico para todas las edades. Realizado hace casi 60 años, sigue gustando a generaciones y generaciones de niños. Muchos crecerán física y mentalmente, y otros sin embargo, no querrán crecer nunca.
Todos hemos soñado alguna vez con ser como Peter. Viajar con él al País de Nunca Jamás y no crecer nunca. Algunos seguimos viendo clásicos Disney aún con las hormonas en ebullición. Como yo, por ejemplo. Hay un síndrome llamado "el síndrome de Peter Pan". Michael Jackson lo padecía. Yo no lo veo como una enfermedad, como puede ser "el síndrome de Down" o el "síndrome del maullido de gato", sino más bien como un estado emocional. A todos nos da miedo crecer y tener que enfrentarnos al mundo de los adultos, aunque muchos lo hacemos sólo físicamente. Mi prima y yo nos llamados a nosotras mismas "pequegrandes" (sé que es un tontería), pero al menos a mí, me define a la perfección.
Y volviendo a la película, es un verdadero clásico. Inolvidable. Entrañable. Memorable. Que marcó y marcará una vida. La mía. Creado por tres grandes animadores de Walt Disney Pictures (Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson, que coincidieron en más películas de Disney como "Alicia en el país de las maravillas", y cuya dirección humana no podrá superar nunca la animada, como es el caso de P.J. Hogan).
Porque, como dijo la dramaturga Edna St. Vincent Millay, "la infancia no va de una edad concreta a otra. El niño crece y abandona los infantilismos. La infancia es el reino donde nadie muere". Eso es "Peter Pan".

Una tarde de sábado, aburrida en casa, yo era una niña de nueve años a la que todavía le gustaban High School Musical y Zac Efron (es una parte de mi vida de la que me avergüenzo). En Antena 3 echaban una película de Harrison Ford. Lo conocía por las películas de Indiana Jones que tanto le gustaban a mi padre. Me puse a verla y terminé impactada. No es de las mejores, eso por descontado, pero ese tipo de tramas siempre me han parecido muy interesantes; el hecho de que dos personas, en apariencia felizmente casadas, descubran que sus cónyuges los engañaban, y tengan que enfrentarse a ello con entereza, me parece a la vez admirable y triste. Sus vidas se desmoronan, pero hay que salir adelante. Siempre hay alguien mejor donde menos te lo esperas.

Quizá sea porque tengo quince años y no he estado enamorada nunca, no puedo apreciar qué es lo que llama tanto la atención de esta película. Muchos piensan: "¡Cuánto se querían!" y terminan llorando a mares por la muerte de Jenny. No me convencieron ni la película ni el libro, aunque quizá la novela me gustase un poco más. A mí me gusta que las historias de amor sean pausadas, que nos dejen conocer un poco a los enamorados, saber de sus pensamientos y sentimientos, y que nos vayan mostrando cómo su relación evoluciona. Pero esta película va demasiado deprisa; cuando te quieres dar cuenta, ya están intentando tener un hijo.
Además, ambos personajes llegan a ser odiosos, Jennifer con sus permanentes aires de superioridad (no por nada, en el libro le dice a su marido: "Porque, niñato mío, la ventaja siempre la llevo yo"), y el egoísmo de Oliver, que la obliga a renunciar a su sueño de ir a París para casarse con ella. Cuando se juntan, se convierten en lo más ñoño jamás creado. Para mí, un verdadero amor debe ser igualitario, no dejar en segundo plano a ninguno de los dos. Debe ser confiado, y está claro que Oliver es celoso (no hay más que ver cómo se pone cuando la oye hablar con su padre). Y encima, ¿por qué demonios toda buena historia de amor debe acabar en matrimonio? Hay miles de maneras de sellar tu amor por alguien, y ésa para mí no es válida. Probablemente pueda decir pocas cosas buenas de esta película no porque sea pastelosa, como muchos dicen, sino porque ya conocía el final incluso antes de verla. Todo el mundo la criticaba o todo el mundo la alababa, sin término medio.