En medio de espectáculos circenses confusos y desafortunados, de un Londres espléndido, de una sociedad inglesa no tan brillante, surge un personaje, Tony. Un único personaje, interpretado por casi cuatro miméticos actores, que nos hace descubrir cómo se dividió el rodaje. Un personaje de múltiples caras (interpretativa y literalmente), embaucador, tramposo, encantador, amnésico. Quizás hasta algo Joker...
Una historia encantadora con una damisela encantadora, hipnotizante; un sabio enano, un viejo que ama los juegos (¿verdad que le aportan algo a la vida?), y un fiel y joven miembro del circo que recogieron de la calle.

Terry Gilliam nos abre la impresionante imaginación del doctor Parnassus, y la de todo el que se atreve a pasar, engañado o a voluntad, a través del espejo.

Un mundo lleno de color, en el que si te atreves a entrar, sin duda, echarás de menos.

Un excelente Colin Firth consigue que empaticemos con un hombre bloqueado por sus dificultades, pero con una ansia increíble de mejorar, y con su motivador terapeuta, un Geoffrey Rush tan divertido, que se merece otro Oscar. Es interesante cómo podemos conocer a la fallecida Reina Madre de mano de Helena Bonham Carter, que deja a un lado sus habituales excentricidades y da a conocer con toda la cercanía a una esposa, más que a una reina.

Enmarcada en una magnífica banda sonora (aunque puede que demasiado tradicional) Mr Nobody nos guía a través de sus vidas, de las posibilidades de ésta, y del destino. Extrañamente encarna optimismo en sí misma, a pesar de que pueda ser triste, nos graba en la mente la idea de que todo es posible.
Recomiendo encarecidamente su visionado, pues a pesar de alguna reminiscencia en relación a otras películas bastante recientes, su planteamiento es de lo más original que he visto en bastante tiempo.