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Críticas de Bloggerdeniro
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
3
29 de septiembre de 2018
186 de 267 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como lo leéis. En opinión de un servidor, estamos ante un de los mayores, hype & bluf (me lo acabo de inventar, pero podría ser un género en sí) de los últimos tiempos.

Pero empecemos concediendo al César lo que es del César. En su primera mitad, aproximadamente, ‘Hereditary’ sorprende al “buscador de sustos” con un drama familiar bastante crudo donde, por ejemplo, las madres no son precisamente esas instituciones familiares tiernas, cariñosas y protectoras a que estamos acostumbrados en el relato fílmico tradicional. Las pérdidas familiares se suceden (unas más terribles que otras) y el film se centra en el difícil y distinto modo de lidiar con ello de la madre, el padre y el atribulado hermano adolescente. Como devastador drama familiar funciona bastante bien, aunque uno debe echarle paciencia si espera encontrar en tiempo prudencial el terror prometido.

El problema es que durante toda la parte central, tras el primer giro trágico del guión (por cierto, de una incoherencia que trataré en los spoilers), el ritmo de ‘Hereditary’ baja ostensiblemente hasta casi el bostezo. Quizá hay demasiado drama, demasiada búsqueda de atmósfera y poca “chicha”. Y no hablamos del ritmo visual, de duración de los planos, sino del ritmo del guión, del de los acontecimientos. Tampoco hablo de la típica retahíla de sustos o escenas terroríficas para mantener la tensión, sino del escaso ritmo interno de la narración, la falta de una dirección clara del relato, un saber hacia dónde va la trama, qué nos quieren explicar, más allá del cosquilleo en las tripas que puede provocar su cierta atmósfera. En cambio, nos encontramos una sucesión de acontecimientos como mucho inquietantes, que sin embargo resultan débilmente conectados entre sí (sin una secuencia causa-efecto fuerte y significativa), confusos, heterogéneos, piezas de un relato que nunca acaba de cuajar, que no genera sentido.

Pero lo peor viene cuando ‘Hereditary’ se adentra, en el previsible y manido universo paranormal de las médiums y las ouijas. Aquí es donde queda herido de muerte un film que pretende ser (o al menos así nos lo han vendido) un “game-changer”, esto es, que viene a cambiar las reglas del juego del terror. Esto ya lo habíamos visto recientemente, por ejemplo, en ‘Poltergeist‘, ‘El Orfanato’ o ‘Insidious‘, por citar sólo unos pocos de ejemplos de todo un subgénero. Y personalmente, ese subgénero siempre me ha parecido la forma más aburrida de constreñir el ya de por si manido universo de los espíritus(buenos, atormentados y/o malignos) a unas estrictas reglas del tipo “si haces esto pasará indefectiblemente aquello”. Esa manera de domesticar los fenómenos paranormales, de pretender que se puede invocar a un espíritu siguiendo una receta como quien hace un bizcocho, además de ser digna de la peor superchería de tarot televisivo, es como querer ponerle puertas lógicas a un campo que debería ser el reino de lo ilógico y lo etéreo.

Todo este batiburrillo argumental impide al espectador generar unas mínimas expectativas sobre los próximos acontecimientos, con la consiguiente falta de impulso dramático, y sólo permite conectar con el film y el suspense por la sobada vía del espiritismo de manual. Todo ello superoriginal.

Si hasta entonces, y aún pese a lo antedicho, el film había mantenido una cierta contención en lo referente al terror puro y duro, ya en el último acto, Ari Aster quita el freno de mano, abre de par en par las puertas del infierno y saca toda la artillería de pesada de fenómenos, sustos y terror. Sin embargo, ya es tarde y todo llega demasiado de golpe. Tampoco hace Hereditary gala de una gran originalidad en la puesta en escena del suspense y el terror, salvo algún plano realmente inquietante. Aster se decanta por recursos tan gastados como la omnipresencia de la música en inquietante in crescendo, la consabida y exasperante repetición de golpes de sonidos para puntear los sustos, o las constantes miradas aterrorizadas fuera de cuadro para dilatar la tensión sobre lo que los personajes están viendo. Y el recital de caras de Toni Collette, que eso sí, se marca un impresionante tour de force interpretativo. Sin embargo, el repertorio de rostros desencajados de la Collette, ora asustada ora desquiciada, no alcanza para salvar el film del naufragio narrativo.

En pleno festival del horror, tan desatado como descolocado está el espectador a estas alturas, también se desata Annie que nos recuerda a madres de miedo como la Samantha Eggar de ‘Cromosoma 3’ (‘The Brood’, David Chronenberg, 1979). Y así llegamos un final que remite en cierto modo a ‘La Bruja’ (The Witch, 2015), aunque el film de Robert Eggers está a años luz como ejemplo de terror psicológico, de atmósfera malsana, que no necesita recurrir a sustos de tercera, ni fascinarnos con la historia detrás de la trama.
Acabado el film, prácticamente la totalidad de los espectadores no ha entendido nada. La tentación de acudir a Internet es tan grande como el volumen de artículos que nos explican qué demonios acabamos de ver, la historia detrás de ese cóctel sin sentido que es la trama de ‘Hereditary’.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Bloggerdeniro
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7
14 de febrero de 2015
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cuarto film del tándem formado por los poco conocidos Richard Glatzer y Wash Westmoreland (que el año pasado también estrenaron ‘La última aventura de Robin Hood’, sobre los últimos días de libertino de Errol Flynn), es una adaptación de la novela homónima de Lisa Genova.

Alice Howland es una profesora y exitosa investigadora lingüística de la universidad de Columbia cuya vida ha sido cómoda y feliz gracias a su trabajo, su marido John (Alec Baldwin), investigador científico, y sus tres hijos. Es quizá con su hija menor, la rebelde Lydia (una más que correcta Kirsten Stewart), que se marchó a California para ser actriz, con quien menosfeeling tiene, puesto que quisiera para ella otro tipo de vida más estable. Toda la vida de Alice cambia cuando, tras varios episodios preocupantes, se le diagnostica un Alzheimer precoz.

Catherine Shoard, crítica de ‘The Guardian’ decía en Octubre de ‘Siempre Alice’ que "minimiza la tragedia real del Alzheimer. […] alimenta el mito de que la enfermedad es sólo trágica cuando las víctimas son jóvenes”. Pero hasta donde un servidor ha podido comprobar, el cine siempre había retratado el Alzheimer, aún con diferentes enfoques, como una enfermedad exclusivamente senil (‘El hijo de la novia’, ‘Amour’, Iris, etc.). Así que donde la crítica de ‘The Guardian’ ve un peligro de “minimizar” la tragedia del Alzheimer en ancianos, yo veo un enfoque diferente e interesante.

El hecho de que Alice sea relativamente joven hace que su enfermedad tenga, en primer lugar, consecuencias laborales. Al ser, además una mujer extremadamente cultivada, potencia el contraste que se produce cuando va perdiendo sus facultades mentales, de manera similar a como sucedía en ‘Una canción para Martín’ (Bille August, 2001), donde la víctima de la enfermedad era un veterano compositor musical.

‘Siempre Alice’ ahonda en el drama, pero de una forma delicada y emotiva, bordeando pero sin pisar el territorio de la lágrima fácil. Es más, es dura, quizá no tanto como ‘Amour’ (M. Haneke, 2012), pero es franca y dura. Y sin embargo, también logra transmitir las ganas de vivir cada momento, de aprovechar cada segundo que podamos recordar mientras aún seamos nosotros mismos (de ahí el título original, ‘Still Alice’). Y de paso, ofrece un buen retrato de la familia de Alice, y de cómo cada uno reacciona ante la enfermedad, y de cómo (algunos) evolucionan, con la relación de Alice con su hija Lydia como interesante subtrama. Incluso tiene algún buen momento de suspense bien traído en que suben las pulsaciones.

Pero nada de ello sería igual ni tendría la misma fuerza si no fuera por el tour de forcé de Julianne Moore (una excelente actriz que ya viene mereciendo un Oscar desde hace tiempo, quizá este sea su año), que ofrece un papel (paradójicamente) difícil de olvidar, uno de esos papeles que debe haber estado esperando toda su vida. Y es que el film toma el punto de vista de la enferma, y Moore consigue transmitir todo el miedo, la rabia y la confusión de alguien que ve desmoronarse su mayor cualidad: su intelecto.

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7
6 de septiembre de 2016
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su primer film rodado en USA, coescrito con su actor principal, Martín Bacigalupo, Carles Torras se sirve perfectamente las herramientas de la narrativa clásica americana, para entregar posiblemente uno de los mejores films españoles (aunque no lo parezca) de los últimos tiempos. Torras ha firmado un oscuro thriller (no tanto en las formas como en el fondo) sobre la búsqueda del American Dream convertido en obsesión enfermiza.

Es fácil caer en la tentación de comparar Callback con Taxi Driver, y su Travis Bickle, o incluso con aquel Patrick Bateman de American Psycho. Si la primera funcionaba como metáfora del trauma de Vietnam, la segunda era una hipérbole del sueño capitalista americano. Ambas tenían en común dos personajes llenos de frustración y resentimiento. Sin embargo, Callback parece mirarse también en otro magnífico film mucho más contemporáneo: Nightcrawler (2014), de Dan Gilroy.
Desde la primeras escenas, su Larry de Cecco parece un alter ego latino de Lou Bloom, el personaje interpretado en aquella por Jake Gyllenhaal. Como Lou, Larry es un ser solitario, desagradable, ortopédico, con un particular código de valores que no incluye los escrúpulos, y que está dispuesto a hacer lo que sea para labrarse el camino que le lleve a alcanzar su sueño americano. Si el sensacionalismo y la ambición por conseguir la primicia a toda costa retrataban los excesos de la sociedad americana en el film de Gilroy, otras dos obsesiones del American way of life estan muy presentes en el de Torras, y en la vida del protagonista: la publicidad (al más puro estilo teletienda) y la religión.

La búsqueda del sueño americano (de cualquier sueño, de hecho) tiene su lado oscuro: la frustración. Larry (que incluso ha renunciado a su propia identidad latina en pos de la soñada integración, que acude cada día a la iglesia donde un espídico predicador católico inyecta el fervor religioso en sus feligreses) no logra el ansiado éxito. Confundido, resentido, aterrorizado ante la perspectiva del fracaso, Larry se siente defraudado por las promesas de gloria incumplidas, como si se tratase de uno de esos engañosos anuncios que Larry sueña con interpretar. Promesas que él mismo ha convertido en un peligroso must have.

Lejos del tenebrismo y las marcas de estilo de su anterior film, Open 24H, Callback es visualmente más contenida, pero juega otra carta maestra: un inmenso Martín Bacigalupo. Todo un descubrimiento este actor chileno residente en USA, que compone un personaje tan execrable como memorable. Su caracterización (incluso en ello recuerda a Lou Bloom), su voz cavernosa (su dicción imitando el tono triunfalista de los spots no tiene precio), y una contención que esconde tal virulencia que nos mantiene enganchados a la butaca esperando a verle explotar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Bloggerdeniro
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7
10 de mayo de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde las dos V en lugar de la W de su título original y su subtítulo (a New England folk-tale) hasta sus créditos finales, en los que se advierte que el film está inspirado en las leyendas y registros oficiales sobre brujería de la época, La bruja demuestra una acusada voluntad de rigor histórico. El primer film de Robert Eggers, que inauguró el pasado festival de Sitges, tiene mucho de mito fundacional, de folklore y de cuento popular: esos en los que más que una realidad remota lo importante es el modo en que se transmite.

Verdad y creencia se entremezclan en un film que continuamente juega con la ambigüedad, que se mueve en la línea que separa lo paranormal de la sugestión como lo hacía, por ejemplo, Requiem. El exorcismo de Micaela (Hans-Christian Schmid, 2006). Como en aquella, el asfixiante fervor religioso que cultivan los protagonistas es un terreno abonado para el terror, sea bajo la forma de una sempiterna culpabilidad, sea bajo el temor al demonio y sus brujas. Lejos de la grandilocuencia de que podría haber sido objeto el tema, La bruja es una pequeña gran historia que se centra en los miembros de una familia humilde repudiada de la tierra prometida (Nueva Inglaterra, siglo XVII) y en cómo afectan a las relaciones entre ellos los extraños acontecimientos que les suceden. Un film de personajes bien delimitados y las dinámicas que se crean entre ellos mediante el miedo, el dolor o la mentira.

Tras su acertado uso de los elementos típicos de la retórica de la brujería, La bruja está trufada de otros elementos simbólicos que remiten a la tradición del relato folklórico (el temido lobo que se llevó al bebé, la bruja transfigurada en Caperucita, ese bosque prohibido que recuerda tanto al de Shyamalan). Otro aspecto destacable del film de Eggers (mejor director en Sundance) es su puesta en escena: la ambientación naturalista y cruda, la composición de las escenas nocturnas a la luz de la hoguera y los tonos ceniza del día, el respeto escrupuloso por el inglés de la época. Un inglés declamado por unos actores desconocidos pero solventes, entre los que cabe destacar a ese padre (Ralph Ineson) de voz escalofriante y presencia tan poderosa como patética.

La bruja hechizará a aquellos que disfruten con las intrigas que se cuecen a fuego lento, con las historias guiadas por los personajes y con las oscuras leyendas tratadas con rigor. Deberían alejarse de ella, como si del demonio se tratase, quienes busquen un film de sustos diabólicos y brujas voladoras sobre escobas digitales.
Bloggerdeniro
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4
18 de septiembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una cosa peor que hacer un film lleno de tópicos: hacer uno para romperlos, y acabar cayendo en otros peores. ‘Moonlight’ es la historia, rodada con una bella estética y un inmaculado tacto hacia la cuestión, de un chico de color que desde pequeño siente la pulsión homosexual y no se atreve a expresarla por temor a su difícil entorno. Pero también es el dramón de un niño negro y “marica” criado en un barrio difícil con una madre drogadicta que nunca le dio el cariño que (pobre) necesitaba. ¿Alguien da más? Marginalidad, color, homosexualidad, bullying, ausencia paterna, drogadicción y malos tratos maternos. Todo en la misma coctelera para hacer un cóctel ganador. La pulcritud de sus formas no oculta el tremendismo de su fondo.

‘Moonlight’ da toda la sensación de estar hecha para tocar cada tecla sensible. Su santurronería vestida de arty no intenta tanto escandalizar al votante (real o potencial) de Trump como sobrecoger al espectador tolerante que votó (o votaría) a Obama. Sí, el estilo, la puesta en escena de Barry Jenkins es elegante y delicada, pero ello no esconde que el guión está dominado por los clichés, sea para cumplirlos (la ecuación pobreza – drogadicción – maltrato) o para vanagloriarse de romperlos (el traficante bonachón, el negro malote pero gay y sensible).

Y claro, cuando se filma de cara a la galería festivalera, se corre el riesgo de poner en peligro la credibilidad. Sucede con la personalidad (excesivamente) encantadora de Juan, el traficante (inversemblantemente cubano) que se erige en mentor del pequeño Chiron durante el primer tercio del film. ¿Cómo puede ser el capo de la droga del barrio un tipo con tantos y tan buenos valores? Juan resulta excesivamente inmaculado, y por tanto, plano e inconsistente.

Otro tanto se puede decir del Chiron adulto: no es sólo su imposible transformación en narco, que su infancia y adolescencia no hacían presagiar, sino que (y al igual que sucede con su mentor, como si se cerrase el círculo de la inconsistencia) su personalidad, su timidez crónica y su pertinaz cerrazón emocional, no casan con la de un traficante de su status y ese rollo a lo 50 Cent.

Otro de los problemas del film es precisamente esa cerrazón de su protagonista durante los tres estadios del relato. Chiron no es alguien que hace cosas, sino alguien a quien le suceden. De nuevo, no es que un protagonista deba ser siempre un hacedor, audaz e hiperactivo, pero resulta difícil conectar con este protagonista tan obstinadamente pasivo.

Otra cuestión en el alero es qué sucede con el paso de los años en el universo inmutable de ‘Moonlight’. Si no se quería incorporar el discurso estético y social de las diferentes épocas, ¿por qué complicar la cosa haciendo un film ambientado en tres temporalidades distintas? Y si se querían retratar las tres edades de Chiron, ¿por qué no trabajar más ese aspecto?

Con todo, los momentos que mejor funcionan, aquellos que destilan más verdad, son los dos encuentros gays, el primero sexual y el segundo sentimental, entre Chiron y Kevin. La tensión del cortejo, el lento acercamiento lleno de miedo hacia la reacción del otro, la exploración, la manera delicada de decir las cosas sin decirlas, etc. Es entonces cuando uno se pregunta por qué el relato no se concentra en esa relación, y se empeña en explicar demasiadas cosas o en poner esa misma relación en un contexto que nunca llega a funcionar.

Por parecerme desatinado, incluso me lo parece el Oscar a Mahershala Alí. No es que su trabajo no sea bueno, sino que a su (breve) personaje le falta complejidad. Puestos a premiar al muy competente reparto del film, me parece más completo el trabajo de Trevante Rhodes (el Chiron adulto) que logra transmitir la confusión y el rubor de un tipo duro en pleno desarme emocional. Lastima que no me acabe de creer su biografía, esto es, todo el resto del film.
Bloggerdeniro
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