Para León, Jay Baruchel, no hay reto imposible, ninguna batalla es insignificante. Las cosas no cambian a menos que alguien luche por cambiarlas. Esa es la estupenda moraleja del film. La apatía, la indiferencia son los gérmenes contra los que pretende luchar este film desde la comedia, la historia, la intelectualidad, el amor y la lucha. Hoy más que nunca pienso que debemos ser leones, no por ello troskystas como nuestro amigo, pero si luchar por lo que se considera abusivo e incorrecto, venga de donde venga, ejerza quien la ejerza, porque la fuerza es la masa y a veces lo olvidamos. Quién sabe si mañana la criptonita de la indiferencia robará las renovadas fuerzas de lucha que inspira este film. Pero siempre estará ahí, para volver a inspirar, solo como esas grandes obras con que derrepente te topas y que te deslumbran por su originalidad, pasión y contenido.

En efecto, está lejos de ser una buena película con un guión espectacular, unos personajes reales y otra serie de aspectos que configuran una obra maestra, pero cuando vas a ver una comedia no se pueden usar los mismos criterios de evaluación, que al ver otro tipo de géneros. La película busca ser idiota, que no significa que sea para idiotas, trata de caricaturizar a un grupo social concreto, el de los pijos, que al igual que los dos protagonistas de la película, viven en un asombroso mundo de realidad distorsionada.

La película tiene un par de puntos muy buenos que suelen surgir de la inocencia de Pocholo o de lo canalla que es Borjamari, como el momento del casco que es verdaderamente cómico, además el hecho de que se pasen la mitad de la película riendo tontamente hace que una de dos; se te contagie la risa tonta o la acabes odiando.

Indeciso sobre que película visionar en una tarde de otoño acudí, atraido por el título, a ver la aquí criticada. De no muy buen humor para ver una de esas tragicomedias galas a punto estuve de repensar mi elección, cuando mi tímpano reconoció el penetrante e inconfundible ritmo del más grande, Matthew Herbert, que para mi sorpresa resultó ser el compositor e interprete de gran parte de los temas musicales del film.

La película, como el músico, llama por su originalidad y su ritmo que envuelven melodiosamente al telespectador.