Sin una buena historia puedes poner los actores más carismáticos y tirar de humor y de nostalgia lo que te venga en gana.
Lo de arreglarlo con efectos especiales es más bien otro desacierto. Desconcierta que parece que vaya a ocurrir algo y todo termine en nada, una vez, y otra.
Digamos que esta película tiene dos prólogos, una larga presentación y un acto final. Nada entre medio
Algunos gags son divertidos, pero se olvidan tan pronto como te los espolvorean encima. Una lástima porque la anterior entrega resultaba divertida y no parecía un insulto a la inteligencia.

A solo dos capítulos, puede resultar una reseña injusta: pero nada que ver con Fauda, que resultaba energética, trepidante. Esta serie por momentos me remite a momentos de culebrón turco. Se le ven las costuras dramáticas y todo parece artificial. Le daré un poco más de tiempo, pero me temo que no remontará el vuelo.

Empiezo con interés esta historia, aunque me lleva por caminos trillados que me hacen sospechar. ¿Tan sencilla es la trama? Me recuerda a cierta película con Dennis Quaid que hablaba por radio con su hijo desde el pasado. Esta referencia y todas las de señoras japonesas y coreanas con los pelos al aire son las que me vienen a la cabeza.

La primera parte transcurre así, con suspense, pero sin sorpresas. De repente, las cosas se complican, y se complican un poco más.

Y me pierdo. Justo cuando tendría que estar enganchado a la espiral de violencia y de cambios repentinos de guión, no sé qué demonios está ocurriendo. Intuyo cosas, trato de atar hilos, pero es tarde. Ya me he ido de la película.

La sensación es la de haberme despistado un segundo justo cuando tenía que subir a la atracción. Me quedo fuera y creo que los demás se lo pasan pipa en su carrito de la montaña rusa mientras se alejan. O tal vez no. Tal vez siguen allí porque es tarde para bajarse.