Sobre la serie nada malo puedo decir. El guion es inteligente; lleva la comedia de buena manera para que nunca parezcan los chistes cosa artificial; las discusiones previas a las citas de la terapia se revelan como el auténtico tratamiento marital por cómo van tallando certeramente las tensiones que los han llevado a esta situación. La dirección no se acomoda y aun repitiendo cada capítulo su estructura, comparando plano a plano veríamos diez capítulos siempre distintos. Los actores, esencial su buen hacer en una producción de este tipo, están estupendos. La musiquilla de jazz está muy bien, dando empiece y cierre a cada capítulo y homogeneidad a la serie al completa. Mi nota, creo, premia todo esto.

Sin embargo, la razón que me ha llevado a escribir este comentario ha sido una sensación que me ha surgido después de ver la serie. Una sensación de no haber hecho las cosas bien. Que esta serie tenga solo diez capítulos y estos duren escasos diez minutos es una decisión puramente creativa, y seguramente acertada, pero creo que es demasiado tentador para aquellos que, como yo, se decidan a verla de una sentada. Las series necesitan espera, intervalos, si no ¿por qué no convertir esta historia en una película, en una representación teatral? Por eso recapacito en lo personal y aconsejo en lo colectivo ver State of the Union sin celeridad (su emisión original es de dos capítulos por sesión, razonable) y extenderlo al resto de series en este boom que de un tiempo a esta parte experimentan. Nos alejamos de la idea de producciones y nos acercamos al producto, producto de consumo.

Este corto tiene origen en la historia corta del mismo nombre escrita por el búlgaro Gueorgui Gospodínov. Theodore Ushev, compatriota naturalizado canadiense, adapta y dirige este relato fabuloso sobre Vaysha, una niña que nace con la particularidad de ver con el ojo izquierdo el pasado y el derecho el futuro. El pasado que ve Vaysha es naíf y amable; el futuro es todo decrepitud y destrucción. Así, Vaysha, es infeliz. Puede ver el pasado y el futuro, pero es invidente al presente.

La animación provoca verdadera admiración; con trazo grueso y ausencia aparente de tecnología, con un gran manejo cromático, alcanza el dibujo un expresionismo fascinante, encuadrado en un formato reducido, clásico, pero aún versátil (1,33:1). La música, genialmente escogida, pasa de ritmos exóticos a la brillantez barroca de Henry Purcell con tino.

El cortometraje es, por guión y realización, un cuento de exterior tradicional pero de trasfondo completamente intemporal, merecedor de visionados y revisados, de lecturas someras y profundas.

Henry Charles Bukowski; Hank para unos pocos. Uno de los grandes poetas de la segunda mitad del siglo XX, bardo de la sucia realidad y reputado alcohólico. Hasta hacia cuatro años antes de la filmación de este documental trabajaba en el servicio postal. Fue el editor John Martin quien pudo darle estabilidad financiera para dedicarse íntegramente a escribir.

Es en este momento cuando la KCET (productora perteneciente a la pública estadounidense), dedicada a contenido educativo (en su mejor sentido) piensa en hacer un reportaje del poeta.

El director encargado Taylor Hackford y su ayudante Richard Davies siguen a Bukowski por su barrio de Los Ángeles, cámara en mano, y alternan este acompañamiento con preguntas a algunos allegados, siendo centrales dos de las mujeres de su vida Linda King y Liza Williams.

Con presencia de su poesía, pero en quizá pocas pinceladas, el único acontecimiento, la única acción real del reportaje es la lectura en un local que le proporciona 400 dólares en una noche, representativa de la gran popularidad que disfrutaba (¿o él diría que sufría?) en ese momento de su carrera; y por supuesto la alborotada y etílica fiesta posterior.

Ver esta cinta no hará comprender ni la figura ni la obra, pienso, pero es un aperitivo que puede funcionar pues un rato con Bukowski nunca es un desperdicio.


Acabo con algo suyo:

each man finally trapped and broken
each grave ready
each hawk killed
and love and luck too

the poems have ended
the throat is dry

I suppose ther’s no funeral for this
and no tears
and no reason
pain’s the master
pain is silent

the throats of my poems
are dry.
“A Most Dark Night in April”

El reconocido Jim Carrey reveló cierto tiempo atrás que había sufrido depresión. Sin duda una experiencia que a todos nos aterroriza a priori, pero de la que él salió de una manera sorprendente. En este vídeo que me parece importante mencionar: https://youtu.be/wTblbYqQQag viene a aclarar que este suceso le hizo ver que "el actor Jim Carrey" no era para él más que otro personaje. Cuanto menos digno de atención y reflexión su discurso, pues así enseña en 'Jim Carrey: I needed' color que renació su interés por el arte, que ya cultivaba en su niñez, y sobre el cual versa este minidocumental.

En lo estrictamente concerniente al corto, éste transcurre con una narración en off y una sucesión de imágenes del actor trabajando en su estudio y de cuadros concluidos que muestran de manera vivaz su nueva pasión y oficio. No entraré en valoraciones artísticas más allá de remarcar que la entada en el mundo del arte no parece caprichosa, un fugaz pasatiempo para el canadiense, sino que realmente transmite que tiene un mensaje que quiere ofrecer; cree en la pintura como medio adecuado para su expresión y liberación personal y en ello intenta ser innovador.

El corto no es un anuncio publicitario, no trata de vender al artista Jim Carrey; tampoco es una explicación detallada y morbosa de su tránsito por una enfermedad tan grave como la depresión. Estos seis minutos son un modesto elogio del ahora y del yo verdadero por parte de de un nuevo Jim Carrey.

La técnica del origami no es absolutamente desconocida, pero sí quizás subestimada. Sin embargo, este mediometraje redescubrirá a los profanos como yo, la indudable condición de la papiroflexia como arte. Tan sólo las entrevistas con los científicos, los artesanos, los artistas, los teóricos, llevan a uno a acabar este documental y ver el origami como una maravilla que obviábamos injustamente.