Estoy empezando a ver al fandom por twitter hablar de una película épica. Bien. Que nadie os engañe, es una película que hace lo que puede con mucho presupuesto y un guion tirando a malote. A la salida de la premiere agradecimos mi acompañante y yo haber podido ver “The Batman”, por todo lo que uno aprende con películas tan irregulares, con tanto ejemplo de errores a evitar.

Tras una buena primera parte, con un aroma y fotografía muy Fincher (que ya es), la trama se vuelve tediosa, dando tumbos en escenas donde todo se cuenta y poco sucede. Nos encontramos ante una ensalada llena de ruido y música machacona, aderezada con diálogos largos y tramas que van y vienen dilatando con sopor la resolución, buscando imágenes icónicas a las que se llegan con trampas de cartón piedra (ese final, ¿en serio? al SPOILER). Y, a propósito de no resolver nada, si no fuese porque se trata de un pseudodrama, nos encontraríamos con Jim Gordon ante uno de los policías más torpes, tontos y cómicos del cine de superhéroes, un personaje que refleja perfectamente la actitud de toda la película: anda perdido, repite las preguntas que se le hacen, susurra con inseguridad y, de vez en cuando, pega cuatro tiros.

Después de un romance –gratuito desde el primer momento, donde quiero entender una estrategia de Catwoman, aunque nunca se evidencia–, unas persecuciones que tiran más a Fast & Furious que a Nolan (¡cómo se echa en falta aquella acción tan bien rodada y planificada, donde sabías lo que estaba ocurriendo por las calles y túneles de “El caballero oscuro”!), un Alfred penosamente desdibujado y el más depresivo posible de los Batmans –el gran Pattinson hace lo que puede con ese lastre de vaivenes–, después de todas esas idas y venidas, digo, aparece Paul Dano desbocado, con su escena particular del villano loquito, una escena que te puede parecer tan maravillosa como insoportable. Eso ya queda a gusto y decisión del espectador. Un poco, más o menos, como todo “The Batman”, una película que se empeña en tomarse demasiado en serio, hace bostezar hasta que te despierta con la música para después caer en el tedio eterno y a posteriori lanzarte una ráfaga de disparos, y así, ad infinitum.

El buenismo no puede decantar la balanza de calidad de una película. Es cierto que poner al espectador de tu parte hace que ya lo tengas prácticamente ganado. Y un buen reparto también. Pero la película se muestra maternalista (ay) al respecto y confía en sus buenas intenciones a lo largo de todo el metraje dejándose por el camino la trama y la ficción. Carla Quílez, la actriz protagonista y debutante, rellena de emoción cada tiempo muerto de la película con una soltura que hará florecer la envidia y el sonrojo de la mitad de la profesión. Ojo a ella y todo lo que nos traerá si le sigue apeteciendo habitar personajes. Ángela Cérvantes, se confirma como la gran actriz de buen hacer que es, solventando un papel complejo de defender y empatizar y que, sospecho, resulta muy alejado a ella misma. Por momentos se trata de un muy buen programa de Jordi Évole –esas presentaciones– pero termina por languidecer sin un guión que la arme con fuerza. Que sí, que hay algún momento para el recuerdo (el tándem Tangana-Estopa) y veracidad y sufrimiento. Pero también lo hay en los parques y ni son un arte, ni se paga entrada por verlos.

Todos hablan de apasionantes conciertos grabados. En boca de todos está ese último vals, el especial del 68 para Elvis o el mismo "Shine a light". Olvídate. Todo montado, rodado y remasterizado. Esta película, más que enmarcarla en el género "Concierto", podríamos incluirla en "Documentales de la Naturaleza más Salvaje". Porque eso es lo que son. Un puñado de salvajes dando saltos y gritos, sudando y escupiendo y bailando. Haciendo rock. Un set-list brutal tocado por una banda en estado de gracia. Se golpean entre ellos mientras cantan, niños llenos de rabia y de pasión compartiendo porros (literal), como si los miles de espectadores no fueran con ellos. Por encima del bien y del mal, como un juego salvaje lleno de acordes abiertos. Son la esencia del rock, esa pose de la que vivieron tantas bandas. Keith no puede ser más gitano (ni tener más duende, para que nos entendamos). Jagger es una maraca al borde del éxtasis, rebotando por todo Texas. Y Ronnie Wood,... ay, Ronnie. Es la perla escondida del concierto, una mirada anfetamínica haciendo sonar algunos de los mejores solos que jamás sonaron en un directo de los Rolling. Disfrutad si podéis. A la media hora uno se quiere levantar del sofá y pegarle fuego a la ciudad. A cualquier ciudad.

Cleo es de una actualidad tan brutal, tan moderna y tan terrible que dan ganas de exigir al ministerio de educación que la proyecte en los institutos. Esos institutos llenos chicas que piensan que sin lo bello no son nadie, que sin una buena estética no se consigue a nadie, que sin un buen maquillaje no se llega a nada. Cómo las redes sociales han llenado las cabezas de necesidad por ser visto, y ser visto lo más guapo posible. Es decir, lo más parecido a lo que significa para el mundo ser lo más guapo posible. Como aquella cantante, como esa modelo. Como esa actriz que anuncia esa crema hidratante en su 'instagram'. El vacío cuando la vida se pone delante es tremendo.

Fotográficamente es una delicia de planos, juegos de espejos y escenas llenas de ruido y detalles. Antológico el momento de la cafetería con Cleo rodeada de vida.

Todo estreno que incluya el nombre de Al Pacino en su reparto debe ser un acontecimiento. Muchos le acusan de acomodado, de aburrido y monótono, de no pegar un palo al agua desde el siglo pasado. No saben lo que se pierden. A ellos les recomiendo muy fervientemente "Ángeles en América", "No conoces a Jack", "Wilde Salomé", "Spector", "Manglehorn" o "La sombra del actor". Si bien algunas de ellas no son películas redondas, con algún guion flojo, el trabajo de Pacino es irreprochable. Su ego-trip en "La sombra del actor" (basada en la novela "The Humbling", de Philip Roth) es para gozarlo.

Dicho esto, Pacino vuelve a las andadas con un personaje muy ambiguo, paralizado por la culpa (o no, depende del ojo del espectador), con los andares y el peso de los 84 años de Paterno. A los que les desquició el Pacino de "Pactar con el Diablo" están de suerte. Aquí se luce con una interpretación comedida, llevada a un realismo-minimalismo que en un par de escenas roza peligrosamente la frontera de la siesta. A su lado, el enclave familiar se convierte en lo más interesante de la película. La madre y cada hijo asumen su rol y las necesidades del guión con fuerza e interés dramático. El conflicto entre los hermanos está muy bien escrito y contado con apenas dos pinceladas. Fantástica Kathy Baker en el papel de una esposa comedida y superada por la situación. Brilla, llena de matices.

La película se pierde farragosamente en un exceso de declaraciones que suenan en off y montajes rápidos, dejando más que clara su intención de docudrama, subrayando a cada momento "¡Ojo! Basado en Hechos Reales". Imposible no recordar "Spotlight", una obra maestra redonda, elegante y -entre muchas otras virtudes- exenta de ruidos. "Paterno" carece de clímax, es una larga y dilatada introducción que nunca llega a ninguna parte.

Me ha sorprendido mucho la soporífera falta de carisma de la protagonista. ¿En serio? ¿Alguien le debía un favor a esta actriz? Está cansada, dando tumbos, hipotónica perdida, siempre agarrada a su libreta, dejando claro que es la periodista que va a destapar el caso ¿para qué va a necesitar iniciativa y ganas de hacerlo si por guión ya sabe que ocurrirá?. Cuando en el resumen de rigor de toda "Película Basada en Hechos Reales" que se precie me enteré de que ganó el Pulitzer me eché las manos a la cabeza. Supongo que del mismo modo que hizo la periodista al verse reflejada en la susodicha actriz.