Según tengo entendido, el de los “desaparecidos en combate” fue un tema muy delicado en los Estados Unidos tras la Guerra del Vietnam. No sólo desaparecieron soldados, sino también periodistas. Seguramente la mayoría fueron asesinados durante la guerra, pero siempre quedó la duda de si podrían seguir vivos, cautivos en algún campo de prisioneros clandestino.

En 1984, cuando aquel trauma nacional ya estaba más o menos superado, la Cannon se atrevió a realizar una película sobre el tema. El proyecto resultaba interesante, se podría haber hecho una película seria y decente, pero finalmente la enfocaron del peor modo posible: como objeto de puro entretenimiento. Contrataron a Joseph Zito, que había dirigido unas cuantas películas de serie B (la pseudopolítica “Rapto” o el aceptable slasher “El asesinato de Rosemary”), y a Chuck Norris, campeón mundial de kárate, ex-militar y actor de películas de acción baratas. El resultado fue “Desaparecido en combate”, que sirvió a la Cannon para hacer una recaudación considerable y a Norris para consagrarse como uno de los más famosos héroes del celuloide. Un año más tarde, por cierto, se realizó la segunda parte de Rambo, basada en la misma idea.

En los últimos tiempos, Chuck Norris se ha convertido en objeto de mofa y escarnio, pero lo cierto es que en su momento no careció por completo de importancia, siendo quien introdujo las artes marciales en las películas bélicas y policiacas, un estilo de lucha que hoy en día no falta en casi ninguna película de estos géneros. Su legendaria “patada giratoria” fue una auténtica revolución para los chiquillos de la época… No había patio de colegio en que reinara la paz, las piernas giraban sin ton ni son y muchas lágrimas se vertieron en aquellos días por culpa de Chuck Norris…

El film en cuestión no es ninguna maravilla, adolece de cierta lentitud y contiene gran cantidad de disparates (por ejemplo: el protagonista se viste de negro para que los vietnamitas no le vean escalar un edificio blanco… porque Chuck Norris se camufla como le sale de los cojones), pero tampoco es exactamente mala: 27 años después de su estreno, de hecho, todavía resulta razonablemente entretenida.

Segundo trabajo de Polanski. Más que corto, es un cortísimo, porque no dura ni dos minutos. Se trata de un pequeño gag acerca del voyeurismo, tema al que el director polaco volverá a recurrir más adelante desde distintas perspectivas en películas como "El baile de los vampiros" (como recurso cómico) o "El quimérico inquilino" (como recurso terrorífico).

¿Qué se puede contar en menos de dos minutos bajo el título "Asesinato"? Pues eso: un asesinato. En realidad no es más que un trabajito que Polanski realizó cuando era estudiante en la escuela de cine de Lodz. Está grabada en un plano general de toda la acción y enriquecida con un par de injertos... En definitiva, la típica práctica escolar.

"Dos hombres y un armario" nos muestra a dos personajes surgidos del mar que transportan un armario sin motivo aparente. El mueble supondrá un lastre para los protagonistas, a los que se les vetará, rechazará, humillará y maltratará.

Dista de ser una obra maestra, pero ya contiene ciertos elementos que más tarde serán desarrollados por Polanski, constituyendo la esencia de su cine: el humor negro y absurdo, la violencia cruel y sin sentido, un cierto lirismo, su gusto por el jazz, el tenebrismo y, sobre todo, esa peculiarísima y extrañamente efectiva mezcla de lo sofisticado con lo vulgar, de lo serio con lo ridículo, de lo poético con lo chabacano.

El cortometraje en cuestión acusa gran cantidad de influencias: Del slapstick (en las actuaciones de los protagonistas, por ejemplo), del expresionismo alemán (en el uso del claroscuro y de algunos planos "retorcidos"), del surrealismo (en el propio tema y en lo macabro de algunas escenas), del neorrealismo (en ciertas localizaciones y en la presentación de algunos personajes más o menos marginales)...

Por último, destacar la perfectamente sincronizada música de Krzysztof Komeda, la cuidada iluminación, el excelente uso del blanco y negro y la fuerza poética de ciertos planos, como aquel de una playa cubierta por completo de pequeños castillos de arena o aquel otro del viejo y destartalado armario en mitad de un almacén de barriles.

De entrada, conviene advertir que “Hardware”, adaptación cinematográfica del cómic “Shock!”, es una película de serie B, con todo lo que eso conlleva: poco presupuesto, actores mediocres, escrúpulos a la hora de sacrificar metraje innecesario y, por supuesto, entusiasmo a raudales.

Englobada en el género Cyberpunk, retrata una sociedad dominada por la cibernética y plagada de personajes decadentes, extraños, tan extraños que a veces resultan incomprensibles. De ambientación y espíritu postapocalípticos (con citas bíblicas incluídas), su mayor virtud radica en la fuerza y singular belleza de ciertos planos, deudores del lenguaje del videoclip (abuso de la cámara lenta, del contraluz, de los primerísimos primeros planos, etc.), ámbito del que proviene Richard Stanley, su director.

Se la ha comparado con “Terminator” o “Blade Runner”... A mí, en cambio, me ha recordado a la curiosa cinta japonesa “Tetsuo”, con la que comparte su adhesión al expresionismo postmoderno. En fin, un film bastante entretenido y simpático, sobrevalorado por algunos y menospreciado por otros.