Lady Bird es el puro sentimiento de la adolescencia... los errores, los intentos, los fracasos y los éxitos, las idas y venidas, el rechazo a las raíces y las infinitas ganas de cambiar, romper y buscar nuestro verdadero yo... y la nostalgia de todo una vez pasado el chaparrón.

Todo esto sin caer en la típica americanada de guays y pardillos, taquillas, animadoras y equipos de béisbol... que ya huelen a rancio; y mostrando en su lugar la relación de una madre con su hija en los vaivenes de la adolescencia.

Bravo Greta Gerwig.

Si hay algo que defina a esta serie son esas dos palabras: poesía y muerte.
Alan Ball se comporta como lluvia fina en verano: inesperado, sorprendente, mágico... y cuando te quieres dar cuenta de que está lloviendo ya ha calado hasta lo más hondo de tu corazón. Para muestra el final de esta serie que me atrevo a decir no podrá ser superado jamás.

Los Tenenbaums me han conquistado.
Me fascina como Wes Anderson trata un tema tan vital como la importancia del apoyo (y amor) paterno durante la infancia.

Me fascina que los personajes no esconden como se sienten y que los actores sepan reflejar con tanta maestría el interior de unos personajes totalmente transparentes. Es como si Anderson le hubiera dado la vuelta a los personajes y mostraran de cara al mundo claramente su interior.

El color y los planos son la seña de Anderson y transmiten (a parte del cierto estilo vintage característico) la apatía de Margot, la rabia de Chas o la tristeza de Richie.

Hay humor, hay amor, hay dolor.
Hay, en definitiva, una pequeña descripción de lo que es la vida.

Jamás me cansaré de verla. Recuerdo que la primera vez que la vi era una niña y ya entonces, aún sin entender la mitad de las cosas, me trasmitía mucho.

La codicia, los malos pensamientos, el ego, la valentía, el esfuerzo, los sentimientos, la inocencia, la maldad, la unión del cuerpo y la mente, y el "yo" frente al mundo exterior, todo perfectamente engranado en una historia que pudiera parecer infantil pero no, y ahí está la magia.