Sinceramente, una de las películas que más profundamente me ha llegado. Al pasar los primeros 10 minutos de película ya me empieza a embriagar el maravilloso guión en boca del personaje del magistral Anthony Hopkins. No se me hace larga para nada, unos gags muy buenos con el personaje de Joe Black. La música supongo, es lo que le da el espíritu, de manos de Thomas Newman al que adoro tambien en American Beauty y Camino a la perdición. Bueno, soy nuevo por aqui, pero creo que he hecho bien en enviar mi primera crítica sobre este título que personalmente considero una joya. Tierna, con un diálogo que me recuerda al de un buen libro. Genial

El traqueteo de Tokyo debe ser algo espeluznante. El tintineo y repiqueteo de los sonidos que lo componen. Pero lo espeluznante no tiene porqué ser malo. Tal vez sea una ciudad espeluznantemente mágica, o especial... dejarse llevar es sumamente agradable. ¿Como sería dejarse llevar en una ciudad así?



Muy posiblemente pensar algo así sea perder el tiempo. Hay que hacerlo. Hay que visitar Tokio para pasear. Aunque tan solo sea porque las piernas todavía responden y algún día seremos incapaces de cumplirlo. Hay que romper con la idea de que algo es inalcanzable y de posponer. Posponer un viaje que se desea es como decir "pospongo mi felicidad".


Pero claro, luego están Bob y Charlotte. Ellos no querían pasear por allí. Pero no son insensatos, ni personas que no saben valorar. Son solo naufragos, como todos nosotros. Naufragos que dan con una isla. "Se acabó el ir a la deriva"...

Muchos años atrás Bill Murray dijo en "Atrapado en el tiempo": "No me importa lo que pase mañana ni el resto de mi vida. Hoy soy feliz. Porque te quiero".

En Lost in translation se renueva ese significado, y se multiplica por mil. Porque, ¿Quién podría borrar del recuerdo esas sonrisas?


Ellos no lo harán jamás, por algo que ellos solo saben. Tienen el secreto y no nos lo darán. Nos lo dará el paso de los años quizás, cuando convertidos ya en madera seca, contemplemos un día cualquiera que el tiempo aparca su Rolls Royce y nos demuestra como el universo responde a quienes atesoran la fe en otros mundos dentro del nuestro. Personas que respiran en silencio elixires cardiovasculares, con resignación a una realidad que a menudo se antoja hueca, como la cáscara de una nuez podrida.


"-Estoy perdida. ¿Eso tiene arreglo?

(...)

-Cuanto más sabes quién eres, y lo que quieres, menos te afectan las cosas."



Las palabras son lo que tenemos, no hay mucho más. Pero en ocasiones tienen el poder para danzar estrepitosamente en muchas direcciones, para contener lo que se podría romper con solo rozarlo.

Hace calor dentro de los paseantes cuando la libertad encharca su pecho y se entregan a la providencia, a un laberinto de metal y cemento, un diminuto e insignificante jardín con piezas de Lego gigantes. Ellos lo hacen... y todo estalla. Los adoquines y la argamasa brillante se amoldan en ella a los contornos y en él a las comisuras levantadas, a los gestos hilarantes.

Es una filosofía, es una religión. Es música, colores, caricias, susurros y notas por debajo de la puerta. Reflejos, luces, copas, peluches ridículos, camisetas irreversibles, secretos compartidos, sushi, bragas transparentes, hombres altos, mujeres bajitas. Trozos de moqueta, hoteles de lujo, medias rotas y un gran abrazo.


"¿Me guardas un secreto? Estoy organizando una fuga de presos, y busco un cómplice.
Primero hay que salir de este bar, luego del hotel, luego de la ciudad y luego del país.
¿Estás conmigo?"


Ella está contigo.

¿Yo?
Con vosotros.