Entré con recelo, me adentré con interés y salí encantado. Se enfrentan el norte y el sur en un relato intimista que pocas veces se puede disfrutar sin poner en entredicho su contexto. Las miserias de la España de la posguerra quedan muy bien relegadas a un plano menor a ojos de una niña cuya realidad emocional sólo gira en torno a la familia. Extiende su sombra el norte sobre un drama que, en base al juego de tonos sombríos, la complicidad entre los paisajes y los rostros y los silencios bien enganchados, se vuelve irresistible. El sur, tan utópico, cálido y bello, nunca fue tan apetecible y agradable de esperar.

No es una película para echar el rato si deseas ver los pequeños detalles que hacen de ésta una interesante producción. Las largas tomas a una más que bella Zoe Kazan que, con una dulce mirada desorientada, busca precisar hacia dónde se erigirá su vida con cada paso que da. Las conversaciones -más cercanas a la realidad que a la ficción amorosa- con un correcto Mark Rendall en el papel de amigo ensimismado pero atento al bienestar de Kazan, las difíciles y ligeramente tensas charlas telefónicas de ella con Greg, el simbolismo de algunos de los hermosos planos que ofrece el film y un final diferente a lo que se suele ver, pero en cierto modo entrañable.

A veces me sorprende la facilidad con la que veo ciertas películas que exigen una reflexión inmediata y pausada, pero que ahogo en pensamientos torpes, breves y sin el análisis necesario. Me ocurre especialmente con la ráfaga de largometrajes existencialistas que Hollywood nos planta cada mes con una u otra temática, en un intento de convertir los valores éticos y morales en elementos de la cultura pop. Y funciona: nos paramos, admiramos o lamentamos durante unos minutos todo lo ajeno a nuestra zona de confort y nos olvidamos. Como mucho, nos acordamos de la trama —lo suficiente para recomendarla a terceros—, pero no de su significado.

Creo que 'Beasts of No Nation' también forma parte de esa mina de oro de la que Hollywood se sirve para denunciar toda clase de injusticias desde la comodidad y la 'distancia', pero con ella me ha pasado lo contrario. Llevo horas pensando en lo que he visto, intentado no olvidar todos los matices. Pocas veces he disfrutado y odiado tanto una película que expone tan descaradamente dos planos que matan: el objetivo, que narra la historia de la humanidad despojada de la razón y que se regocija en el 'homo homini lupus' de las guerras en todas sus formas, y el subjetivo, que nos invita a ser testigos del primero pagando un alto precio: hacernos ver que aplaudimos la culpa y vergüenza de nuestra pasividad, reduciéndonos a simples espectadores abrumados por una cruel realidad que no queda tan lejos. Mañana me olvidaré de esto.