Aún recuerdo cuando mi padre me explicaba de pequeño, poniendo la primera escena de la película Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1976, USA) como ejemplo, que el ser humano teme más a lo que no se ve y uno solo puede imaginar que a cualquier cosa que sea palpable. Este cortometraje dirigido por Rodrigo Sorogoyen -ahora en boca de todos por su gran éxito con El Reino (Idem, 2018, ESP), aunque ya destacara en su momento con su sorprendente opera prima, Stockholm (Idem, 2013, ESP) y Que Dios nos perdone (Idem, 2016, ESP)- es otro gran ejemplo de lo poco que hace falta para infundir un pánico y angustia vital casi incontrolable con una simple llamada telefónica rodada en un único plano secuencia de 18 minutos. Un cuarto de hora que deberían ser utilizados en toda escuela de cine para explicar el terror, y que bien le valió al director madrileño para alzarse con su primer Goya, que probablemente se verá acompañado de otra estatuilla a partir del mes de febrero.

Al terminar el último capítulo -son solo cuatro-, me he quedado atónito mirando fijamente los créditos finales sin parpadear ni una sola vez mientras en mi mente volvía a visualizar algunos planos de las escenas que acababa de ver. Al volver en mí, una sola pregunta me rondaba por la cabeza: ¿por qué nadie está hablando de esta serie?

La coalición Shane Meadows - Stephen Graham, que ya había alcanzado el éxito trece años atrás con la impactante This is England (Idem, Shane Meadows, 2004, UK), vuelve a la pantalla pequeña con esta miniserie de solo cuatro capítulos -los tres primeros de 45 minutos; el último, 75 minutos- que no dejará indiferente a nadie. Un drama emocional y con una tensión que se cuece a fuego lento, mientras se escarba en los recuerdos más oscuros y traumáticos de Joseph (Stephem Graham, en la que probablemente sea la mejor interpretación de su carrera hasta la fecha), un hombre que sigue anclado en un pasado que no le deja avanzar en su vida. La perfecta -sí, no regalo nunca este calificativo- y sincera interpretación de un hombre desesperado y dolido es uno de los grandes alicientes de esta obra que deja huella.

Un necesario primer capítulo introductorio presenta a la perfección a su protagonista con todas sus virtudes y defectos. Nos da esa perspectiva para entender la situación actual en la que se encuentra Joseph, su ambiente, sus miedos e inseguridades. La desesperación, el no tener nada que perder y la necesidad de dejar de lado su pasado significarán un punto de inflexión para lanzarse de lleno hacia el afrontamiento de sus tormentos.

En los siguientes capítulo, entrará en juego el baile de secundarios que enriquece a la serie dando pie a unos diálogos milimétricamente calculados tanto en extensión como en profundidad. La naturalidad y sinceridad de todas las palabras, gestos y miradas que fluyen por la pantalla son asombrosas y, sin duda, gran mérito del gran trabajo de dirección con los actores.

El último capítulo -ligeramente más largo que los anteriores- es la culminación de una gran obra, con unos minutos finales eléctricos, duros por la naturalidad y falta de escrúpulos con los que se tratan los temas que conciernen a los personajes. Jack Seale, crítico de cine del prestigioso diario británico The Guardian, no dudó en afirmar que "los últimos 20 minutos de la serie están entre los pasajes más intensos de la historia de la televisión". No exagera en absoluto.

The Virtues es un extraordinario viaje hacia el origen de los recuerdos más oscuros de un ser humano. Un camino sin vuelta en busca de una redención que permita avanzar en la vida. En ocasiones es necesario tocar el fondo del problema para darse impulso hacia la superficie. No dudéis de que Joseph se sumergirá hasta el fondo del lodo para lograrlo. No lo dudéis...

Una vez más, mi más sincera admiración hacia el cine francés, capaz de contar historias apasionantes, sin perder el humanismo y sin renunciar a virtudes técnicas -como puede comprobarse en sus logradas escenas bélicas- que nada tienen que envidiar a las de las películas hollywoodienses de presupuestos millonarios. Una de las estrellas emergentes francesas del momento, Pierre Niney -se va haciendo un nombre gracias a películas como El hombre perfecto (Un homme idéal, Yann Gozlan, 2015, FRA) y Frantz (Idem, François Ozon, 2016, FRA)-, encarna al escritor Romain Gary en esta adaptación de su novela autobiográfica, construida a base de largos flashbacks que recorrerán su turbulenta vida desde su infancia hasta su óbito. Llama la atención que a pesar de ser una autobiografía, los principales focos no recaigan sobre la misma persona, sino que representa un auténtico esalzamiento a todas las madres del mundo y en particular a la suya -interpretada por una sublime Charlotte Gainsbourg, siempre rígida, estricta y entregada a él; auténtica protagonista de este homenaje a la figura materna.

A pesar de su dramatúrgica puesta en escena, con un reparto pleno de conocidos nombres del teatro de nuestro país y una idea clara de retratar al maltratador español -con un fuerte predominio de la agresión psicológica sobre la física-, no hace más que parecer una delirante pesadilla que no acaba nunca -tanto para la mujer como para el espectador-. Salvando aisladas interpretaciones como la de Victor Clavijo y las escenas interpretadas por el dúo Asier Etxeandía y María Barranco -que perfectamente podría haber funcionado como cortometraje o performance aislada-, sin duda lo mejor de la película.
Sin embargo, llama la atención ver cómo naufragan actores de renombre como Maribel Verdú o Eduardo Noriega, quienes están prácticamente irreconocibles, en gran parte, por culpa de un pobre guion falto de ideas y de recursos. Probablemente lo peor del festival hasta la fecha.

En una entrevista a Stanley Kubrick, le preguntaron acerca de cuál era para él la película más terrorífica que jamás hubiera visto. Su respuesta no daba lugar a dudas: Desaparecida. La naturalidad con la que se van descubriendo los hechos es probablemente los más perturbador de esta obra que a pesar de haber cumplido ya sus 30 años, sigue generando intriga y angustia como pocas. Dividida en dos claras partes, la primera diseñada meticulosamente para crear una incertidumbre que en la segunda parte se volverá protagonista al ser la cuestión principal: necesitas saber qué es lo que pasó. El morbo está servido.