Es evidente que el “universo” Lynch no es para todos. Sus fans lo adoran y la crítica especializada utiliza adjetivos como fascinante, enigmático, claustrofóbico, director de culto, etc, etc etc.

Luego estamos los demás. Gente corriente que desea pasar un buen rato viendo cine, con buenos guiones, buenos actores, buenos directores; pero que en absoluto estamos dispuestos a entrar en un estado transitorio cataléptico o esquizoide de “complicidad” con el Sr. Lynch (u otro director) para intentar colegir o descifrar el contenido de su mensaje fílmico.

Si no ha entendido la película o no le ha gustado nada, no se preocupe. Es usted uno más del inmenso grupo de aficionados al cine a quienes el Sr. Lynch les propone un juego de adivinanzas con las cartas marcadas, donde siempre gana él.

Yo no juego esta mano con usted, Sr. Lynch; es un jugador de ventaja.

Veo, de nuevo, “el Inocente”. Y con el paso del tiempo aprecio en ella matices y colores que no percibí en su estreno. El rojo y el verde de las estancias, el blanco y negro de los vestidos. Visconti es el maestro que compendia en una última obra su talento, su arriesgada puesta en escena –con muchos minutos de primeros planos, hoy imposibles de aguantar- , y su destreza con la cámara que nos regala al mismo tiempo imágenes tan bellas y melancólicas como perturbadoras.

Sobre la novela de Gabriele D'Annunzio, formula un fatal drama sostenido sobre la etérea figura del joven escritor D´Arboreo, quien -con una aparición de tan solo 5 minutos en escena- se convierte de en el hilo conductor de la película, representando la integridad moral frente a la amoralidad de los personajes de la decadente aristocracia italiana.

Visconti, por otra parte, anticipó en el cine arriegadas propuestas en el comportamiento moral de la sociedad (“la tierra tiembla (1948)”, difíciles de equiparar en nuestros tiempos. En “el inocente” su último film, como no podía ser de otra manera, se atreve con la más abominable.

Obra maestra.

Tal vez D.H. Lawrence hubiera puesto un reparo a su adaptación: le falta carnalidad.

Pascale Ferran impregna la película de excesiva sensiblería, que no llega a reflejar verazmente la atracción física de Constance Chatterley por el guardabosques ni la respuesta de éste en el devaneo amoroso. En la obra literaria, mediante una profunda carga de sexualidad, esta atracción sirve para aflorar los perjuicios sociales de cada uno de los personajes, convirtiendo el relato en hermoso y a la vez cruel y salvaje.

Nada de esto se ve en la película ya que Ferran nos dedica una película “hermosa”, primorosa en su puesta en escena y fotografía, y con unos personajes bellos y agraciados. Todo se tamiza por un rígido patrón de buen gusto francés, lo que - a mi juicio- la esteriliza.

No obstante, hay que reconocer que la película se deja ver con agrado, aunque no vaticino una carrera estelar a Marina Hands, protagonista femenina. Y como tantas otras veces, si después de ver la peli, el espectador de anima a leer la obra de DH Lawrence, pues … bendita película.

Los occidentales solemos ir a los restaurantes orientales con la ilusión de que nos sorprendan sus aromas, sus gustos, sus colores. Es cierto que en la mayoría de las ocasiones, efectivamente, nos sorprenden gratamente. Por eso, también, antes de ver una película coreana uno se relaja y se apresta a aprehender todo lo que la rodea. ¿Se imaginan la sorpresa del comensal al ver en la carta del restaurante oriental platos como la paella, el antipasto o el roastbeef?

Algo así le pasa a esta película. Renegando de su sabor propio, nos presenta un producto europeizado que no acaba de convencer a quien, como en mi caso, esperaba disfrutar de un cine distinto. Y este sentimiento te asalta negativamente desde el minuto cinco.

Pero la película tiene sus cositas buenas. El guión es divertido mientras lo es, y nos sitúa ante la infidelidad universal elevada al cubo: infiel el marido, infiel la esposa e infiel … hasta la abuela (de verdad). Sin embargo, a fogonazos, se intercalan situaciones enormemente dramáticas que nos hacen aspirar los aromas del buen cine oriental y nos enfrentan a una cultura diferente. Las interpretaciones también son destacables, especialmente la de la “abogada” Mun so-ri

Pero los buenos momentos son menos que los mediocres y la película queda lastrada. Yo la he visto con el interés de un entomólogo del cine oriental y no me arrepiento. Me aterra descubrir que la industria del cine oriental pudiera occidentalizarse. Mal asunto.

A la postre se que queda como una película pasable pero intrascendente.

Veo por primera vez la película en 2008. Y lo hago con interés, visto el buen rollo que aparentemente dejaron tanto la novela como la película.

Sin embargo, amigos míos, la película no funciona. Y no lo hace por que David Trueba se llena de amor, se ciega, se confunde; y convierte a la bella Ariadna en el epicentro del film. La historia se va al carajo. Desvaída y sin enhebrar.

Pero ella esta allí, insoportablemente imperturbable; y él, David, detrás de la Cámara. Una bella historia de amor. Pero … ese no era lo por mi buscado. Esperaba bastante más.