Me cuesta mucho entender las razones que llevan a comprar los derechos de una novela para desaprovecharla tanto y, lo que es más absurdo, para reinventar sus ejes principales.
La malograda expedición de John Franklin, un hecho histórico que dejó al mundo tan perplejo y acongojado como la desaparición del avión de Malaysia Airlines en nuestros días, dejó muchas más preguntas que respuestas. Partiendo de ahí, Dan Simmons propone en su novela una historia que, respetando todos los personajes y datos reales conocidos de la tragedia, ilumina el misterio con una propuesta entre realista y fantástica muy sugestiva.
En la serie de televisión, muy bien ambientada y plagada de excelentes interpretaciones, como cabía esperar de su productor, los guionistas se dan un festín a base de reescribir personajes, dramas y argumentos que acaba por desfigurar absolutamente, no sólo la novela de Simmons, sino la propia serie que se va deshilachando hasta su final inconsistencia.
Dar barra libre a los guionistas por el hecho de haber adquirido los derechos de una novela puede ser tan peligroso como estúpido.

Nunca me he alegrado tanto de ver una película muchos años después de su estreno, cuando no contaba ya con ella. La fortuna quiso que no me perdiera esta delicia. He pasado un rato maravilloso, con la sonrisa pegada a mi cara, cuando no la risa, y momentos en los que me he visto contagiado, invadido por lo más auténtico de la música más auténtica. Actores impagables, incluidos algunos dioses del soul como Aretha o Ray. Humor, descaro y talento hecho cine musical.

Un documental basado en un terrible accidente personal sufrido por un joven y en su posterior recuperación. Aparentemente, uno de esos estándares recreados mil veces para telefilms de TV.
Pero la historia de Eduardo García no es ningún estándar. De principio a fin, el documental logra hacer emerger tantas vivencias y tantos momentos mágicos del protagonista y de las personas que lo rodean que se convierte en una narración maravillosa, aleccionadora e imprescindible.
La fascinante experiencia de Eduardo García, la dureza sin disfraz de algunas imágenes y la belleza inigualable de otras componen un cuadro arrollador que, junto a una banda sonora magnífica, se sitúa en lo más alto del cine documental y testimonial.